Más allá de la escuela

Más allá de la escuela

Nuestros avances en materia de educación tienen que trascender el ámbito de la infraestructura escolar.

Hasta demostración en contrario, para lograr los mejores efectos de los planes de enseñanza no basta construir buenos planteles y dotarlos de todo lo bueno a nuestro alcance.

Para que podamos afirmar que tenemos buenos programas de enseñanza, tenemos que lograr que sus efectos trasciendan a la comunidad de manera influyente, notablemente influyente.

Cuando hablamos de las bondades de nuestra educación nos descalifica el alto índice de analfabetismo que predomina en el país. Añadamos a esto el índice también alto de deserción de estudiantes que no completan la fase que les impulsaría al bachillerato.

Al tocar el tema del alto índice de  analfabetismo, el rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Roberto Reyna, lo define como una vergüenza nacional. Ciertamente lo es.

El hecho de que, según Reyna, haya 800,000 dominicanos que no saben leer ni escribir resume la magnitud de este problema social, nos desafía a revisar nuestro trabajo en materia de educación, sobre todo porque hemos asumido el compromiso de cumplir nuestra parte para alcanzar los  “Objetivos del Milenio”, con los que quedaremos en deuda en la materia que nos ocupa.

II

Por eso insistimos en señalar que las bondades de nuestro sistema de enseñanza no pueden ni deben quedarse encerradas entre las cuatro paredes de la infraestructura escolar.

Aparte de programas como el de lucha contra la pobreza a través de la tarjeta “Solidaridad”, se requiere una persistente campaña de alfabetización que se desarrolle en las comunidades.

Las autoridades bien podrían diseñar un plan de alfabetización valiéndose de voluntarios bachilleres de todo el país,  otorgándoles incentivos, materiales o curriculares, para que alfabeticen en sus horas libres.

Programas de enseñanza como el desarrollado a través de las Escuelas Radiofónicas, de Radio Santa María, han dado excelentes resultados en materia de alfabetización.

Quizás sea posible un acuerdo de complementación entre la Iglesia Católica y las autoridades para expandir mediante repetidoras los alcances de estas Escuelas Radiofónicas.

Hemos citado medios específicos a manera de ejemplo de lo que podría hacerse para bajar el índice de analfabetismo. Las autoridades tienen medios y recursos para diseñar las estrategias más convenientes para el éxito de un plan integral contra el analfabetismo.

La cuestión es lograr desmontar estas cifras injustificadamente altas en un país con tanta pujanza económica, con tanto avance tecnológico y  condiciones de liderazgo regional indiscutible.

La Secretaría de Educación debería hacer más énfasis en los alcances de los planes de alfabetización que lleva a efecto, y que, sin lugar a dudas, han dado excelentes resultados.

Lo que planteamos es reforzar y diversificar esos planes, hacerlos más vinculantes y que se procure estimular el aprendizaje. El analfabetismo es una especie de poliomielitis social y hay que acabarlo.

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