Más allá de las cifras

Más allá de las cifras

Guido Gómez Mazara

Las cifras y todo el debate respecto del comportamiento económico constituyen materia de debate de porcentajes muy reducidos de la sociedad. En esencia, los ámbitos académicos y argumentos del litoral político gozan de poseer destrezas formativas y un entendimiento técnico, distantes del ciudadano ordinario. Por eso, la exclusión teórica no borra los padecimientos al asistir al supermercado, adquirir medicamentos a costos elevados, garantizar buena educación y sentirse drenado frente a la dramática situación de los altos precios de los artículos de primera necesidad.

Exponentes del sector partidario no terminan de entender que la gestión efectiva en materia de políticas públicas anda divorciada de recetas ideológicas porque la noción práctica conduce por aspectos tan simples como la rentabilidad del poder adquisitivo. Inclusive, ningún proceso de reacción social e ira de los sectores populares puede interpretarse excluyendo factores de singular indignación que impiden el acceso y/o dificultan una mejoría sustancial del nivel de vida de la gente.

En el terreno de los hechos, todo parece indicar que los modelos de crecimiento sin una justa distribución terminan concentrando la mejoría en pocas manos. Por eso, la estructuración de desigualdades generan dos sociedades que coexisten, pero las distancias entre sí, por asumirse de inalcanzables, sirven de caldo de cultivo con repercusiones terribles en la medida que las autoridades desconocen la “otra realidad”. La mejor descripción de la dicotomía nuestra reside en las cortas distancias entre la opulencia y carencias elementales, propias de cualquier sector que combina la casa lujosa de estilos estridentes con hogares sin capacidad de garantizarle a sus hijos las tres comidas.

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Aquí, la inequidad se exhibe de forma olímpica. Básicamente, en la medida que los factores exhibicionistas hacen de las redes sociales, la fuente por excelencia que visibiliza estilos de consumo y comportamientos, alcanzables por vías pocas veces asociadas con el trabajo duro. Es decir, el registro mental de un porcentaje importante de ciudadanos tiende a identificar el trayecto turbulento para alcanzar niveles de ingresos, con la dosis de riesgo e injustamente validado porque la noción de respetabilidad, producto de los valores invertidos, se concentra en el patrimonio alcanzado y pocas veces en medios para conseguir la meta.

Es innegable, la economía crece. Ahora bien, quién crece realmente cuando las cifras estadísticas demuestran una mejoría en áreas determinadas de la actividad productiva. Ahí descansa el dilema: ¿Estamos todos mejor que antes? La tarea pendiente debe obligar a los hacedores de políticas en materia económica, garantizar una mejor distribución de las riquezas que impida seguir siendo terriblemente desigual.

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