Más allá de Obama y McCain

Más allá de Obama y McCain

Afirma Arno Meyer que uno de los nuevos deportes consiste en especular cómo influiría la elección de John McCain o de Barack Obama en la política exterior de los Estados Unidos (“Les presidents changent, l’empire américain demeure”, Le Monde Diplomatique, septiembre 2008, página 14).

Recientemente, Bernardo Vega, en un excelente artículo (“¿Quién nos conviene? Obama o McCain?”, Clave Digital, 3 de septiembre de 2008), practicaba el deporte y concluía que “las ventajas de un candidato sobre otro, desde el punto de vista de los intereses dominicanos, no están nada claras”.

Concordamos casi totalmente con lo expuesto por Vega aunque entendemos que nuestro país, al igual que el resto de América Latina, en sus relaciones con Estados Unidos, está en una posición sumamente difícil pues, tras el final de la guerra fría, el 11/09/01 y las situaciones actuales en Iraq, Irán, Afganistán, Rusia y China, es muy probable, como ya ha afirmado Michael Shifter, vicepresidente de políticas del Diálogo Interamericano, que nuestro continente “no reciba la atención que se merece”.

Lo cierto es que, diferencias programáticas leves aparte (un Obama anti-embargo a Cuba, un McCain pro-libre comercio), el problema de América Latina, colocada en el espacio vital estadounidense desde la Doctrina Monroe, es que no es probable que Obama o McCain alejen a Estados Unidos de la actitud que llevó a John Brady Kiesling, un ex diplomático de carrera del Departamento de Estado, a renunciar de su puesto en 2003 por desacuerdo con la invasión de su país a Iraq: el desmonte de “la más larga y efectiva red de relaciones internacionales que el mundo jamás haya conocido”.

Si esto es así, si solo es dable esperar leves diferencias entre las políticas exteriores demócrata y republicana hacia América Latina, la pregunta debería ser, en lugar de cuestionarnos si nos conviene más McCain o Obama, interrogarnos acerca de qué puede hacer nuestro país para sacar el máximo provecho en sus relaciones con Estados Unidos. A pesar del escenario maquiavélico en que nos ha situado la guerra global contra el terrorismo, la República Dominicana, como país menor, debe desplegar una política exterior a través de las facultades del “soft power”, abrevando en sus recursos de comunicación, información, cultura y sociedad civil, a los fines de adelantar la agenda dominicana en temas tan cruciales como Haití, la lucha contra el narcotráfico y las relaciones económicas con Estados Unidos.

Esto constituye un desafío para la estructura tradicional de nuestra Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores pero no para un ejecutivo como el Presidente Leonel Fernández, quien al mismo tiempo es un experto en relaciones internacionales, medios de comunicación y ciencias jurídicas, precisamente las tres áreas del conocimiento que se ponen en juego cuando se implementa una estrategia de diplomacia pública basada en la multimedia, los actores transnacionales no estatales, las ONG, y los tanques de pensamiento.

La cuestión haitiana es una prueba de esfuerzo para esta diplomacia pública de poder suave.

En el mundo, se nos percibe como racistas y es esencial que nuestra política exterior, en la línea de la política propuesta por el CONEP, pueda articularse de modo que esta percepción disminuya o desaparezca, al tiempo que se avanzan los propósitos de nuestra política.

Esto requerirá inversiones en cabildeo en Washington, sacar provecho de nuestro capital cultural, adoptar el discurso de la legalidad internacional, desarrollar una política de inversión dominicana en Haití, desplegar una diplomacia de marcas a favor de nuestros productos de exportación, aprovechar nuestra diáspora como una embajadora plenipotenciaria itinerante, y explotar nuestras personalidades globales (Manny Ramírez, Juan Luis Guerra, Junot Díaz).

Podemos ser un aliado importante de los Estados Unidos y un actor esencial del Caribe y Centroamérica si cambiamos la percepción mundial de nuestro país. Podemos aumentar la inversión norteamericana en el país si se nos percibe como un destino turístico seguro y si la inversión está rodeada de seguridad jurídica y certidumbre institucional. Podemos ser un actor global de importancia relativa si apostamos a la institucionalidad y al Derecho Internacional. En fin, seremos tomados en serio por las audiencias globales el día que asumamos un compromiso firme con los derechos humanos, el medio ambiente y la diversidad cultural.

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