Más allá del bien y del mal

Más allá del bien y del mal

FERNANDO I. FERRÁN
La Conferencia del Episcopado reiteró el pasado 21 de enero lo que todos saben: la solidaridad social está en franco deterioro, hemos dejado de vivir en comunidad. El crimen, la corrupción pública, la violencia intrafamiliar, la inseguridad ciudadana, la impunidad judicial, la monogamia seriada, y tantos otros fenómenos sociales de esta índole, perturban la convivencia nacional y deterioran la contextura moral de la juventud dominicana. Incluso la política, quehacer redentor que para Duarte encarnaba algo mejor, ha degenerado en escalera de trepadores, según el Presidente de la República.

Concomitantemente, fuera del país reina cierta convulsión. De un lado, el presidente Bush se juramenta y reafirma la libertad como bien supremo de los pueblos, en medio de un conflicto bélico y protegido por francotiradores a todo lo largo y ancho de Washington. Del otro, sus aliados en las más diversas capitales de Europa, Asia y América Latina enfatizan, con escepticismo y sin poder de exigencia, las condicionalidades de dicha libertad: multilateralidad de la política internacional, respeto cultural, equidad comercial.

Detrás de tanto barullo no se encuentra la parusía. El fin de los tiempos no parece venir de la mano de tanta falsedad y voluntad de poder. Pero obviamente, la convivencia no se hará presente en nuestro territorio mientras la impunidad y la desigualdad de oportunidades estén encubiertas por las lisonjas de las buenas costumbres y el brillo del dinero mal habido. Al mismo tiempo, la libertad no llegará a los lugares más recónditos del planeta mientras el temor la defina en términos militares. Las cosas así, ¿qué hacer para dar a luz un nuevo orden nacional y mundial? Ante todo, no escudarse en retóricas moralistas o libertarias y menos aún, en discursos oficiales. La solidaridad nacional e internacional debe ser fruto de una simple constatación: el ser humano, hombre y mujer, es frágil. Tan vulnerable a las intrigas de la vida como al dolor de la enfermedad y de la muerte. Gracias a esa debilidad no es un ángel y depende de los demás para nacer y reproducirse. De ahí que el orden social en el que vivimos se reviste de realidades cotidianas, como el hambre y la soledad, la convivencia comunitaria y las simpatías personales, los éxitos y los tropiezos, y en valores supremos, como el amor, la verdad, el bien, la justicia y la belleza.

Sin embargo, más allá del bien y del mal que nos aqueja en el presente se encuentra el vacío conceptual que se deriva de la falta de valores propios a la ética social. Mientras perdure este vacío, seremos incapaces de renovar el ya agotado modelo de desarrollo que surgió tras la caída de Trujillo gracias, en aquel entonces, a la visión y al espíritu innovador del denominado grupo de Santiago.

Allende el bien y el mal imperante a nivel internacional se esconde el ánimo exclusivamente retórico de la democracia electoral. Mientras únicamente se apueste a la repetición de un ritual sin contenidos ni programas prácticos, participarán y tomarán decisiones exclusivamente los más poderosos y el terrorismo no cederá su estéril emplazamiento a la brecha de oportunidades y de conocimientos que reina entre naciones ricas y pobres.

Llegados a este punto, reconozco desconocer en qué terminará la presión internacional que se esfuerza por adecentar la cosa pública dominicana e imponernos normas y comportamientos ajenos al narcotráfico, a la doble contabilidad, a la evasión de impuestos, a la impunidad de los delitos. E ignoro por añadidura, en el concierto de la liga de naciones, el desenlace final de la presión que ejercen pueblos y culturas enteras que abogan con desesperación por un trato más participativo e igualitario.

En medio de tantos sobresaltos, empero, sé que queda por concebir un orden social sostenible cuyo principio y fundamento sea esa solidaridad humana que nace de la condición mortal de todo ser humano. De no conseguirlo, valores y antivalores seguirán confundiéndose entre sí. He ahí la razón por la que la bandera nacional se extravía en cualquier cortejo fúnebre, los jevitos de la Lincoln reiteran sus preferencias ante el cielo oscuro y, en Irak, la sangre irriga el desierto.

fferran1@yahoo.com

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