Más de 400 alumnos aprenden en precario local

Más de 400 alumnos aprenden en precario local

POR MARIEN A. CAPITAN
Azua.-
Los 437 alumnos que están matriculados en la Escuela El Trompo se dividen cada día entre un almacén en el que funciona una academia de costura y el polvoriento espacio en el que está el «plantel oficial».

En lugares que distan mucho de lo que puede ser un centro en el que se intenta enseñar, los maestros enfrentan otro problema: como las aulas suelen dividirse en dos, el desorden se hace latente y es mucho más difícil trabajar allí. Pero el asunto se complica aún más  a causa del extremo calor que les acompaña durante toda la mañana.

Detallando lo que se vive en esta escuela, hay que empezar por las dos «aulas» que están situadas en el Centro de Costura Dora Oviedo, un instituto ubicado a unos metros de la escuela. Así, en un lugar oscuro y sin ventanas, los pupitres y pizarras del tercer y quinto grado ocupan la mitad del espacio. La otra, destinada a las mudas máquinas de coser que esperan ser usadas, está prohibida.

Como el espacio es rectangular y los cursos están situados uno detrás del otro, la maestra que está delante enfrenta la constante distracción que representa para sus alumnos estar justo frente la calle; el que está detrás, la extrema oscuridad y el agobio del encierro que representa estar arrinconado.

Estas incomodidades, al parecer, afectan tanto a los profesores que al mirar la opaca pizarra que se esconde en un rincón se descubre que ahora la naturaleza ha cambiado de esencia y la palabra perdió la «z»: ahora, en esta escuela, se habla de «naturalesa».

En la otra parte de la escuela hay tres espacios en los que se colocan los demás cursos. «Nosotros trabajamos de inicial hasta quinto grado. Este local es de la iglesia católica y hasta ahora nos están prestando el lugar», comenzó a explicar la directora,  Nancy Josefina Figuereo.

Aunque Figuereo ya ni siquiera se queja por ello, respirar aquí es difícil: el suelo es de tierra y de él se eleva un polvillo que puede provocar constantes estornudos.  Eso, unido al constante calor y a la oscuridad en la que reciben clases los menores, no es nada hasta que se conoce que dos de los tres cursos tiene que ser «divididos» en dos para acoger a todos los estudiantes.

Con tino, Figuereo ha decidido colocar a los estudiantes del mismo grado en el mismo. Es decir, como tienen dos primeros, han juntado a todos los de primero en un solo lugar, dando como resultado que tengan que dos profesores tengan que lidiar con setenta estudiantes reunidos en el mismo espacio. En el horario de la tarde, hay dos segundos en el que se reúnen noventa muchachos.

«Nosotros aquí hemos pasado de todo. Así no puede haber mucho aprendizaje. Por más que uno quiera, no logra nada. Mira cómo está ese curso, con setenta estudiantes, por más uno trate no los domina», se lamentó Figuereo.

Como la situación también se torna difícil para los maestros, Figuereo ha decidido levantar una enramada techada de cana. Aunque frágil, quizás esta nueva construcción sea más fresca que la ahora existe.

Con paredes maltrechas y vigas desgastadas en el techo que hablan de un zinc que debe pensar en cambiarse, esta escuela es una oda al olvido en el que las autoridades han sumido a este «plantel».

 

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