Cuando el nuevo jefe de la Policía Nacional, el mayor general Nelson Peguero Paredes, dice que actuará con mano dura contra los delincuentes no está anunciando ninguna novedad, o mejor dicho; nada que no se esté haciendo ya sin resultados significativos, precisamente la razón por la cual el problema de la  delincuencia y la criminalidad en este país tiene el tamaño que tiene. Porque de hecho, y basta abrir el periódico para comprobarlo, la mano dura es la única política  que la Policia aplica de manera consistente jefatura tras jefatura, probablemente porque es la única manera  de compensar sus propias limitaciones para librar una guerra cada vez mas desigual y, de paso, también las del sistema de administración de justicia. Claro está, en el punto en el que nos encontramos la retórica de la mano dura parece oportuna y pertinente, sobre todo por su impacto mediático, lo que explica que la declaración  del flamante jefe policial haya sido recibida con vítores por algunos sectores, que si afinan bien la memoria recordarían que han escuchado antes el mismo anuncio y la delincuencia sigue igual o peor. Tirar la guardia a la calle, a integrar las polémicas patrullas mixtas, tampoco es una novedad, y si bien es cierto que su intimidante presencia en las calles hace que los delincuentes se recojan, se ha demostrado que no es una solución sostenible en el largo plazo, pues un país que vive del turismo, de su imagen internacional, no puede darse el lujo de llenar las calles de sus principales  ciudades de soldados portando armas largas, como si  estuviéramos en guerra. De todas maneras hay que darle la oportunidad  al mayor general Peguero Paredes de que  desarrolle su programa de trabajo, que ojalá vaya más allá de la aplicación de la conocida mano dura y los  desacreditados intercambios de disparos, pues no es sensato ni realista  esperar  resultados  distintos a los que hemos tenido hasta ahora si la Policía –sea quien sea el jefe– sigue haciendo lo mismo.