Siempre me ha preocupado qué pensarán, qué dirán, cómo nos juzgarán las generaciones venideras. Es verdad que mi generación ha jugado el papel que le correspondía en el momento en que fue preciso.
Las cárceles, los exilios, las victorias electorales, la lucha contra la opresión y los abusos, el enfrentamiento al desborde de poderes que jugaron con el valor y la decisión del pueblo, el reclamo por el respeto a la Constitución y las leyes, la justicia y la democracia, el enfrentamiento, cuando fue preciso, al poder imperial, hablan de los esfuerzos por encaminar esta nación en la búsqueda de la felicidad.
Cuando se hace un alto en el camino y las escasas canas bordean la calva, aún no estamos satisfechos. Hemos sido víctimas de las retrancas sociales, de la truchimanería de viejos caudillos llenos de mala fe y de vicios heredados. Lo peor es cuando gente de nuestra generación, o de las que siguen, trillan el camino de la corrupción, de la desnacionalización, del irrespeto institucional, de la mentira demagógica.
Y uno se pregunta ¿qué había que hacer para cambiar los ancestrales males que nos agobian? ¿Cómo es posible que volvamos y volvamos a las viejas mañas y que gente joven las repita? ¿Hasta cuándo? Ciertamente que este país se encuentra sumido en una grave crisis económica y negarlo sería pretender hacer realidad la conocida frase de querer tapar el sol con un dedo.
Ciertamente que algunos partidos políticos, y en especial el que hoy detenta el poder, parecen no encontrar soluciones a sus desavenencias internas y es lamentable la lucha que presentan a los ojos del pueblo por alcanzar posiciones electivas.
Ciertamente que en muchos aspectos, parecía como si en lugar de avanzar, el país retrocediera, pues cada día la calidad de la vida se deteriora en todos los sentidos.
Ciertamente que han sido inútiles los esfuerzos que se han hecho por enfrentar algunos males que desde hace mucho tiempo gravitan sobre este país, tales como la desnutrición, el analfabetismo, la deforestación, etcétera. Sin embargo, frente a ese sombrío panorama esbozado a grandes rasgos en los párrafos precedentes, todavía hay la esperanza de que ese pueblo reaccione y emprenda caminos que lo conduzcan por nuevos derroteros.
Todavía alienta en el dominicano la esperanza de un futuro mejor, de tiempos en que haya menos desempleo, menos miseria, menos ambiciones.
Hay que trabajar día y noche, anteponiendo toda ambición personal ante el pensamiento de que las futuras generaciones juzgarán a los que pueden decidir el futuro y el rumbo que puede tomar este país.