Más detalles sobre las sirenas

Más detalles sobre las sirenas

La semana pasada recordaba que desde siempre he sentido fascinación por las sirenas. Ellas han sido tema recurrente de mis garabatos periodísticos. Bajo riesgo de incordiar a varios lectores que encuentran disparatado ocuparse de algo ajeno a las desagradables urgencias colectivas de los dominicanos, vuelvo sobre lo mismo…

Aparte de las sirenas mediterráneas, otras sirenas más afortunadas han rondado el norte de Europa, entablando comunicación con marinos sin que las consecuencias hayan sido tan trágicas como las referidas por los griegos antiguos. Uno de los primeros cuentos que me fascinaron durante mi niñez fue el de la Sirenita, que conocí en una versión inglesa en un pequeño libro con preciosos grabados de dibujos a línea, sin trama ni color. El mismo cuento, retomado por Disney y hecho película, encanta hoy a niños de todo el mundo. Está por verse qué efecto tendrán los muñequitos en la supervivencia de las sirenas.

Tengo pruebas de su existencia. No sólo las he leído en libros con cubierta empastada, cuyos gruesos papeles y lomos en piel negra dan fe de que no pueden guardar mentiras. También me lo ha contado Borges. Y he visto, además, a los manatíes, parientes lejanos de las sirenas.

He tenido en mis manos preciosas estatuillas de marfil amarillento, hechas hace siglos en Japón, en talleres donde jamás se oyó hablar de Ulises ni de los argonautas ni de la Sirenita. Las sirenas japonesas, con ojos rasgados y expresión angelical, contaban cuando menos con la simpatía de muchos de sus marinos. Contrario a las sirenas del Mediterráneo, en Japón ayudan a orientar a los marinos perdidos, y se dice que más de una ha recuperado forma humana cuando su amor por algún hombre es correspondido.

En Perú y otros países amazónicos, hay delfines de agua dulce cuyo canto emula el de las sirenas y a los cuales se les reputa como padres de los niños paridos por indígenas cuyos embarazos resultan inexplicables.

En Palmar de Ocoa, cuya bahía acogió al Almirante de la Mar Océana, donde nuestra Marina de Guerra recibió su bautizo de fuego en Tortuguero, y escenario de tantas acciones extravagantes, también hay sirenas. Las he visto de lejos, en crepúsculos domingueros, sonreídas en la seguridad de que los días que se asolean estaré en la lejana capital, machacando las teclas de mi computadora.

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