Más estatismo: mala receta petrolera

Más estatismo: mala receta petrolera

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Hace casi tres años, cuando el precio del barril de petróleo pasó los US$50, comenté sobre el peligro inmenso que acecha a la nación dominicana, peor que la violencia social, peor que todos los huracanes (reales y políticos), peor que las más terribles diabluras de los malos dominicanos. Este peligro, al cual colectivamente hemos prestado poca y mala atención, no es sólo la escalada de los precios del petróleo sino la falta de reacción ante sus efectos.    Pese a la tendencia alcista, poca gente imaginaba que de 2004 a hoy el precio llegaría a casi US$100 por barril.

Esto tiene una gravedad tal, que países no productores, como nosotros, hace rato deberíamos estar gritándoles a las naciones productoras: dentro de poco no podremos cubrir con los ingresos nacionales el monto de la factura petrolera. La diplomacia dominicana debería emplearse a fondo para llevar al ánimo de las naciones amigas que más inciden en el mercado petrolero la magnitud e injusticia del daño que nos infligen, con todo y Petrocaribe.

 Hace tres años, la urgencia de atender la crisis financiera, heredada del desgobierno anterior, concentró la mayoría de los esfuerzos oficiales en asuntos impositivos y monetarios. El éxito logrado, devolviendo confianza a inversionistas, no ha tenido tanto efecto como pudiera haberse esperado porque a pesar de que el peso se ha apreciado, al mismo tiempo el precio del petróleo va subiendo a alturas que provocan mareos.

 La reactivación económica de los últimos tres años ha tenido como natural consecuencia un aumento del consumo de petróleo, tanto entre las industrias como en los hogares, al punto que hoy quemamos 140,000 barriles diarios, más que los países de Centroamérica juntos. Es una cruel paradoja de los países que no producen hidrocarburos que el éxito de sus economías, sean industriales o de servicios, implica inexorablemente un aumento de su dependencia de las importaciones. Si el gobierno lograra el milagro de desenredar el mercado eléctrico, y la demanda de energía se transparentara y alcanzara su pleno potencial, habría que ver si el precio del petróleo no llega a frenar en seco las esperanzas de progreso del país.

 El Gobierno ha celebrado reuniones y hecho promesas, el Presidente habló al respecto, pero falta la contundencia de acciones convincentes, más que de palabras y consejos.

 Comprar la Refinería a la Shell no luce ser la solución pues implica más estatismo. ¿No será mejor atraer inversionistas y montar una refinería de verdad en la costa norte? ¿Dónde están los árabes que tenían ese interés? En vez de pensar como pobres, el país debería aprovechar el momento para ganar dinero con la crisis, dando todas las facilidades para instalar aquí una super-refinería, cuyo costo y plazo de construcción serían menores que hacerlo en Estados Unidos. 

Hay otros puntos: tal vez al país le resulte más conveniente construir carreteras pavimentadas con concreto en lugar de asfalto, que es importado y derivado del petróleo. Es impostergable revolucionar el transporte público, rompiendo el deletéreo maleficio de los falsos “sindicatos”, eliminando los impuestos de importación de autobuses eficientes y dejando que las rutas las manejen libremente auténticos empresarios dispuestos a asumir riesgos y competir.

 Hay que fomentar, con incentivos oficiales de varios tipos, la generación eléctrica con otros combustibles, como el carbón; la explotación de energías alternativas, como la eólica, la solar y la del oleaje marino. El subsidio eléctrico será insostenible. Urge revisar el estado de las hidroeléctricas, y estudiar cuáles nuevas presas pueden construirse inmediatamente. Varias empresas que llevan lustros buscando petróleo deben rendir cuenta de sus exploraciones; que aceleren ellas mismas u otras más diligentes la búsqueda en tierra y mar.

 La tragedia es no sólo el alza del petróleo, sino el ánimo o filosofía para enfrentarla: debería ser con más capitalismo e inversión privada, y no con más estatismo y negocios gubernamentales. También creo que hay que prometer menos, hacer más.

 El alza del petróleo es una tragedia presente y fatal, peor que una pesadilla. Hay que enfrentarla con disposición empresarial más que oportunismo político. Es una amenaza tan grande que, por encima de quisquillas partidistas, debería unirnos a todos los dominicanos en la búsqueda de soluciones.

j.baez@codetel.net.do

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