…Mas líbranos del mal, amén

…Mas líbranos del mal, amén

A diferencia de Santiago Nazir,  aquél sí lo sabía. No se trataba de simples rumores del barrio, o de la comunidad. Su amenaza de muerte se había hecho pública, destacada en grandes titulares de la prensa. Por increíble que parezca, provenía del propio Jefe de la Policía Nacional: “Cacón no está formado para convivir con la sociedad. Le exhorto a no entregarse a la Policía, si no quiere, mis agentes  lo buscarán.” (Hoy 3/1/13). No  pudo ser más explicito.

Consultado el  Presidente Balaguer sobre la suerte del Coronel Caamaño capturado vivo y herido en Nizaito, su respuesta no se hizo esperar. “Aquí no hay cárcel para ese hombre.” Los jefes militares lo entendieron. Caamaño fue asesinado. Los otros se encargaron de descuartizar su cuerpo e incinerarlo, hacerlo desaparecer, en inútil intento de borrarlo del corazón de su pueblo. Años atrás corrió Manolo igual suerte.

Bajó  confiado con su bandera blanca de las escalpadas montañas, agotada la resistencia heroica de la guerrilla, para ser asesinado brutalmente  junto a  sus compañeros, lo que puso término al movimiento 14 de Junio, pero no a su grandeza. Igual aconteció con las muertes de las Hermanas Mirabal,  con Amaury y los Palmeros, pero no con su gloriosa memoria.

Cacón, y los cientos de presuntos o reales delincuentes asesinados, o muertos en cuestionados “intercambios de disparos”, no alcanzaran jamás tal grandeza. Como parias cayeron. Ovejas descarriadas, “no  formados  para vivir en sociedad”,  de imposible rescate, los guardianes de la seguridad y del orden público, hacen lo que tienen que  hacer: “darle  pa’ bajo, sin cámaras.” Hasta el Cardenal los aplaude en nombre de la ira del Señor, de  paz social que nos merecemos como entes civilizados.  Para esos infelices desdichados no habrá  perdón ni cárceles  ni justicia que los salve de su muerte, gravemente sentenciada. Darle lo que conviene, el fuego eterno, sin redimirlo del pecado original, la causa de su desvarío,  para que paguen sus crímenes y sus culpas. No habrá Constitución ni leyes que le protejan porque ellos, los desclasados,  con sus  desafueros,  culpables o inocentes, desafiaron a la Autoridad, a los defensores  de la sociedad, de la Constitución,  del orden y la justicia. Así funciona nuestra democracia. Sus adalides mueren tranquilos en la cama,  reverenciada su memoria. Cargado de honores, los que la motejan y  pasean impunemente,   con caras risueñas,  sus enormes culpas y grandes riquezas; los discípulos avanzados y los renegados,  los grandes señores de capa y de espada, de horca y cuchillo,  son hoy los salvadores de la patria agradecida.

Las afligidas madres de aquellos  muertos   llegan tarde en su aflicción. Se levantará aturdida con la noticia que  conoce el día siguiente: “Cacón, muerto después de acordarse su entrega.” Quizás una voz vecina le grite desde lejos, tratando de detener su loco camino  equivocado,  como le gritaron a la madrina de Santiago Nazir: “No se moleste, Luisa Santiaga: Ya lo mataron.” Su verdad, lo que en ella se oculta, nunca será conocida, ni importa que se conozca.   

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