En mi entrega anterior les contaba algunos mensajes que voces repetían, confundiéndolo, al oído de Donald Trump asegurándole un feliz comportamiento del virus, medicamentos milagrosos y alertándole sobre conspiraciones contra su legado y reelección. Entre sus habilidades médicas está poner curita antes de la herida. Les advertía que no era el único, es acompañado, al menos, por otros dos mosqueteros de igual perfil e ideología.
Boris Johnson, primer ministro británico, con color de pelo y peinado muy parecido a Trump, de quien es cercano, y criticado por lo que consideran una actitud muy irresponsable ante el coronavirus, que lo internó en cuidados intensivos, ha dado igualmente muestras de dotes histriónicas con capacidades mágicas y comunicación divina. No tomó en serio al virus y rechazó inicialmente el confinamiento, no garantizó el equipamiento de protección para equipos sanitarios e incumplió las medidas. Recurrió a eslóganes caprichosos como “mandemos el virus a freír espárragos”. Reino Unido sigue sin estrategia clara pasando desde la “brillante idea” de “inmunidad de manada”, que causó gran daño con enfermos y muertes. A seguidas se recurrió a un confinamiento parcial. Considerándose sabelotodo, al igual que su par allende el Atlántico, desoyó a científicos. Mejor ni mencionar la brutal forma de desalojar hospitales para abrir espacios. Los datos de la Oficina Nacional de Estadísticas son demoledores con el monto de muertes en residencias de ancianos. El mundo científico advierte que no asumirá responsabilidad de las consecuencias de que el Gobierno no les escuchara y reclaman que publiquen las actas con sus recomendaciones. Rodeado de contagios y muertos, manipulando la realidad, ha afirmado que el “país está extremadamente bien preparado” y con “un servicio público de salud fantástico”. Si les recuerda a alguien no es casualidad. Al igual que Trump sobre Semana Santa, el 23 de marzo Johnson proclamó que en tres semanas el virus se iría. Ignorado por la concesión de milagros, el país se encuentra en una situación dramática. Desolado mira a China con la esperanza que de ahí venga, a contrapelo de todo de lo que se le acusa, el alivio para la pronosticada caída del 14% de la economía.
El brasileño Bolsonaro ha mostrado ser un alumno aventajado de todo… lo no positivo. Constantemente mira hacia la Casa Blanca esperando una luz divina orientadora. Ha politizado la epidemia de manera extrema ideologizándola: “Los de derechas toman cloroquina…”. Igualmente superdotado en conocimientos médicos, considera a los científicos como “idiotas” y a los medios “conspiradores”. También aquí nos recuerda a alguien. Ignora criterios y consejos de quienes saben y busca y encuentra muchos culpables: gobernadores, alcaldes, la prensa, China y la OMS, de la que, buen imitador, amenaza salirse. Mientras, el país supera el millón de contagios y 40 mil muertes, oficialmente, aunque otras fuentes llevan a más de 2 millones los infestados. También ruega que China le siga comprando.