Más que xenofobia, natural sentido de defensa

Más que xenofobia, natural sentido de defensa

Dios hizo del amor al prójimo un mandato porque el amor no es cosa tan natural. Menos fácil resulta amar a un vecino desconocido, pobre, ineducado, que no habla tu  idioma, con costumbres y creencias diferentes, que casi no se parece a ninguno de tus seres queridos. Por eso, el amor  a nuestros prójimos haitianos hay que enseñarlo en escuelas, iglesias y en todos los espacios de comunicación pertinentes, dentro de un plan acogida y regulación de inmigrantes.

Aún así, y no obstante tratarse de uno de los primeros deberes cívicos y humanos de los dominicanos, eso no será fácil de lograr. Y lo que vamos a ver en los años venideros serán más historias de conflictos y de xenofobia en muchas comunidades del país.

La razón es demasiado sencilla: a diferencia de lo que ocurre en países  desarrollados con los inmigrantes, en nuestro país, la migración haitiana es masiva, indiscriminada y no completamente necesaria ni deseada. Tienen patrones de asentamiento y circulación sumamente irregulares y sin control. Diferente al pasado de los bateyes, que eran ghettos manejados con todo despotismo. Actualmente, muy a menudo, los haitianos tienen por domicilio un edificio en construcción,  una vivienda o un barracón con las peores condiciones, mayormente hombres solos, en insalubridad, desorden y promiscuidad y frecuentan bancas y diversiones  insanas.

Suelen ser personas indocumentadas, sin pertenencia o referencia a familia, parentela o comunidad, por lo que los dominicanos residentes los toleran a regañadientes, no por racismo o xenofobia, sino porque la comunidad carece de los elementos esenciales del control social informal, que son precisamente saber quién es el individuo, cuáles son sus familiares y sus costumbres. Mecanismos de control social como el chisme, el rumor, la queja formal o informal a la familia del inmigrante, no funcionan en absoluto. Ni siquiera el rechazo social ni la discriminación social funcionan, puesto que el inmigrante haitiano común no aspira a ser aceptado como miembro de las familias establecidas.

Aparte de algunos prejuicios de origen ancestral, los vecinos dominicanos reaccionan para “defenderse” del fenómeno invasivo. No pueden confiarse a una policía ineficaz, “desmoralizada”, que aparece tardíamente. Mucha gente está asustada, no tiene idea de cuáles son los pronósticos del fenómeno, y en esas condiciones es muy propensa a la xenofobia, a reacciones irascibles y a contagios emocionales peligrosos, aprovechados también por el tigueraje explotador local de índoles diversas. De eso tendremos mucho, aún empezando con decisión hoy, con mucho atraso, las tareas obligatorias.

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