Como país posicionado como líder en turismo, estamos obligados a marcar la pauta en cuanto a determinados índices y estándares, no solo en paisajes y calidad de servicio. Y no nos luce competir en los índices mundiales de accidentes de tránsito.
A pesar de nuestros paisajes y de ser gentes amables, debemos tener patrones de profesionalidad y seriedad en el tratamiento a turistas en todos los aspectos relevantes.
Más que un patrón aprendido de cómo tratar al visitante, los criollos, en cualquier circunstancia y lugar, debemos demostrar que realmente apreciamos la distinción y el favor que nos hace el visitante y de que estamos conscientes de la responsabilidad que asumimos al recibirlos en nuestra tierra.
No es solo cuestión de letreros de bienvenida en los aeropuertos, ni de cortesías elementales; sino que la hospitalidad de los dominicanos debe hacerse patente también cuando los turistas andan sin un guía profesional, queriendo sentirse libres, andando “por su cuenta”; una de las sensaciones más deseadas por muchos turistas.
Pero tenemos que ayudarlos con discreta vigilancia, con consejos y especialmente con buena señalización en rutas, parques y áreas verdes.
Lamentablemente, sacamos malas notas en señalización, letreros y vigilancia en lugares claves.
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En general, hay señalización muy deficiente en vías principales y carreteras congestionadas, en proximidades a pueblos y lugares de vocación turística, en el Sur, Norte, Noroeste o Nordeste. (En barrios principales de la Capital no podemos siquiera saber dónde nos encontramos, por falta de letreros con nombres de las calles; ni siquiera cuando estamos auxiliados por el Internet, por “Siri”).
Solo pocas veces se identifican visiblemente pueblos y lugares con gran valor histórico, donde nacieron grandes héroes, artistas y deportistas.
Neiba, capital de Baoruco, cuna de grandes personalidades; su nombre no aparece en toda la ruta desde Santo Domingo (sino solo al llegar a Galván).
La señalización, en general, es sumamente deficiente, incluyendo vías principales, intersecciones y accesos, provocando desorientación a los viajeros. Pocos caseríos y villorrios tienen letreros con sus nombres, y el visitante no logra saber dónde se encuentra.
Hay constante interrupciones del tránsito no avisadas adecuadamente, por reparaciones menores. Días atrás no se podía entrar a La Vega debido a un bloqueo que, increíblemente, no indicaba cómo finalmente acceder a la ciudad. Igualmente la entrada a Jarabacoa, habiendo que seguir varios kilómetros hasta la entrada al Santo Cerro para devolverse. Podemos palpar desprecio al usuario en la displicencia de esos “constructores” (ayuntamientos, Obras Públicas). Abundan hoyos peligrosísimos en medio de las vías, interrupciones y obstáculos sin que Obras Públicas, Digesett o Intrant aporten vigilancia o asistencia.
La seguridad vial parece que importa poco; camioneros y pataneros siguen improvisando desmanes a cualquier velocidad, en cualquier carril, rebasando con temeridad y abuso; mientras, los policías, en la sombrita, acechan turistas inocentes que van a conocer lugares, o saludar familiares cargados de amor y nostalgia.
Corolario 1: Sin vigilancia ni seguridad no hay constancia de respeto ni de afecto.
Corolario2: Sin letreros no hay identificación, ni identidad; ni hay recuerdo ni añoranza, ni retorno.