El Dr. Ceara Hatton y el Lic. Macarrulla coincidían en que el modelo económico actual no podía continuar. Ceara Hatton insistía en que mientras más crece el modelo menos empleos genera, y el Lic. Macarrulla admitía que lograr que el CONEP asumiera esta nueva postura costó mucho trabajo internamente, porque la mayoría de sus miembros nos hicimos ricos dentro de este modelo de desarrollo y hemos vivido muy bien.
Las dos declaraciones expresan una parte de la tragedia dominicana, y aquellos y aquellas que quieran profundizar en las raíces de esta tragedia los refiero al magnífico libro del Dr. Frank Moya Pons, Empresarios en Conflicto, su tesis doctoral en la Universidad de Columbia, en 1987.
Porque eso de que nos hicimos millonarios (yo diría multimillonarios) bajo ese modelo es muy simple para explicar una tragedia que tiene sus culpables y que gobierno tras gobierno, durante más de 40 años, han sido totalmente indiferentes e incapaces de modificar.
El Dr. Moya Pons demuestra con datos irrefutables cuestiones vitales relacionadas con el tema:
Que para las décadas de los 70 y 80, la mayoría de las industrias agrupadas en la vieja y poderosa Asociación de Industrias eran monopolios u oligopolios.
Que la ley 299, del 23 de abril de 1968 fue el principal instrumento utilizado por los viejos industriales trujillistas para preservar el carácter oligopólico de la economía dominicana.
Que dicha ley no había promovido inversiones en industrias de exportación; no había ayudado a la independencia tecnológica ni facilitaba tampoco, la sustitución de importaciones, puesto que promovía, en su gran mayoría, plantas de ensamblaje de materias primas venidas del extranjero; y que el promedio de empleo que se creaban bajo esta ley era de 2,000 por año.
Sobre los costos para crear un empleo, las sumas son espeluznantes.
Demuestra que el grupo dominante impuso la concentración de las industrias en la ciudad capital, y que la protección de las inversiones extranjeras era excesiva.
El Dr. Moya Pons da una lista de los nombres más prominentes, y allí se evidencia que los de hoy no son más que los hijos o nietos de aquellos que construyeron aquel desastre.
Cuando se impuso entonces el neoliberalismo y la fiesta de las reformas (los 80 y 90) fueron los norteamericanos y esos mismos industriales los que le impusieron al país una camisa de fuerza hecha a la medida, y las cúpulas de los dos grandes partidos son los sostenedores de esa situación, la cual, con el narcotráfico, lavado, delincuencia y preeminencia del capital financiero especulador, la han llevado al nivel de la tragedia de hoy.