La reforma de Hostos fracasó por la carencia de buenos maestros
3 de 3
Al final de la llamada “era de Trujillo” nos encontramos con que la mayoría de los profesores que laboraban en escuelas públicas y en los contados colegios privados que entonces existían ejercía dicho oficio sin la debida formación pedagógica.
Hoy, una alta proporción de maestros en servicio no posee las capacidades requeridas para involucrarse en un proceso de reforma de la educación con miras a enfrentar con éxito los retos del futuro inmediato. Peor, sus condiciones de vidas no les permiten asimilar conocimientos muy actualizados ni mucho menos estar al corriente en el uso de complicados instrumentos tecnológicos.
Es que el común de nuestros maestros no dispone de dinero suficiente para la adquisición de libros ni siquiera para suscribirse a un medio de comunicación o una revista especializada.
Las condiciones de vida del maestro dominicano siguen siendo inferiores a las de cualquier otro trabajador del sector servicio. Su sueldo por tanda de trabajo equivale a menos del costo de la canasta familiar. Los servicios de asistencia médica, vivienda y de jubilación al docente adolecen de muchas fallas.
Por la carencia de buenos maestros fracasó la reforma de la educación emprendida aquí por Eugenio María de Hostos a finales del siglo 19; se frustraron los intentos reformas de Ortega Frier; colapsó la reforma impulsada por Pedro Henríquez Ureña; lo mismo sucedió con la emprendida por Joaquín Balaguer a principios de los años 50 del pasado siglo 20.
Es que como bien lo expresara Álvaro Marchesis, otrora Secretario General de la Organización General de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI), “la calidad de la educación de un país no es superior a la calidad de su profesorado”.
Uno de los grandes problemas que tuvimos que enfrentar los programadores del Plan Decenal de Educación 1993-2003 fue la falta de maestros capaces de implementar las nuevas modalidades de enseñanza del aprendizaje y de aplicar los nuevos contenidos curriculares.
Era que de un total de más de 46 mil maestros que impartían docencia en escuelas públicas, 8,2% de los mismos eran simples bachilleres; 9.6% titulados en escuelas normales; 45.1% formados en programas de emergencia; y, apenas, un 35.3 % eran titulados en universidades.
Las condiciones de vida del maestro dominicano siguen siendo inferiores a las de cualquier otro trabajador del sector servicio.
Los servicios de asistencia médica, vivienda y de jubilación al docente adolecen de tantas fallas que no cabe considerarlos como incentivos. Son pésimas las condiciones de trabajo en muchas de las escuelas públicas.
Por lo regular, lo docentes no disponen de materiales didácticos en cantidad y calidad suficiente. Resulta demasiado baja la valoración del maestro en su rol como individuo, como guía del proceso educativo y como dirigente de la comunidad.
El oficio de maestro no debe continuar siendo un quehacer de personas fracasadas. Quienes ejercemos la noble profesión de capacitar y formar a nuestros conciudadanos no merecemos vivir en un estado de eterna pobreza.
Aquí, los reclamos de mejores salarios y de mejoramiento en las condiciones de trabajo de parte de los docentes terminan siempre en aumentos insustanciales y en renovadas promesas de redención.