Más sobre los ladrones

Más sobre los ladrones

ROSARIO ESPINAL
Ya sé, ladrón es un término fuerte. Es más fino decir corrupto. La corrupción es el vocablo que se aplica al robo de cuello blanco. Es menos aterradora que la delincuencia callejera. Se percibe más distante y no expone la carne al ataque o la muerte. Asumimos que ocurre, la reprobamos, molesta, hasta enfurece, pero muchas veces no sabemos determinar cómo la corrupción impacta nuestras vidas.

Corruptos pueden ser los ricos y la clase media, pero no rateros. Este último término se reserva para los pobres, los que antes robaban gallinas y ahora arrasan carteras. Los que intimidan transeúntes, obligan a enrejar las casas, a poner guardianes en tandas diurnas y nocturnas, los que mantienen la población en alerta como si hubiera un estado de guerra.

Una comentarista a mi artículo de la semana pasada sobre este mismo tema escribió que en la población dominicana hay un ladronismo cultural, que robar es algo natural.

Me pareció interesante la observación, y pensé, si es cierto, entonces hay más ladrones en la sociedad dominicana que lo que captan las encuestas, que se concentran en las percepciones y prácticas de corrupción en el gobierno.

Otro comentarista escribió que si se denuncia la corrupción en la administración pública, también hay que señalar que muchos empleados son honestos.

Me pareció válida la observación porque es justo resaltar lo positivo, y además, porque eso genera optimismo, de lo que hay carestía hoy en día.

La desconfianza social aumenta y afecta todas las instituciones. Nadie quiere ser ingenuo ante el engaño, y los líderes en todos los ámbitos han perdido el monopolio de ser sabichosos.

Ante la desconfianza, se juzga con generalizaciones. Por ejemplo, decir que hay corrupción suena más creíble que negarlo. Eso puede inflar los juicios y las opiniones.

Se asume, y evidencias no faltan, que la política enriquece. Por eso la población juzga duramente los gobiernos y su cortejo.

Y ahí no termina el asunto. También hay ladrones en el sector privado. ¿O qué decir de las subidas de precios injustificadas que hacen empresarios pequeños y grandes? ¿Y la quiebra de bancos para alzarse con el dinero de tantos ahorrantes?

Peor aún, no es sólo el robo, sino también el discurso florido con que se justifican las acciones rapaces. Eso dificulta aún más que el Estado pueda juzgar y encarcelar a los grandes ladrones.

El descaro con que se cometen los actos de corrupción, y con que los personajes imputados se paseen por la prensa en actos de beneficencia o encuentros nacionales, es un espectáculo espeluznante.

Castigar a los corruptos es la solución, dice la mayoría de la población dominicana en las encuestas.

Entonces, me pregunto: ¿Cómo castigar a tantos ladrones, entre ellos, potentados? ¿Cómo establecer los parámetros de la corrupción? Es decir, ¿cuál debe ser la magnitud del robo para ser castigado? ¿Es lo mismo un soborno de 200 pesos que una comisión ilícita cobrada por un millón? ¿Quién tiene autoridad para hacer las determinaciones si los encargados de formular y ejecutar las leyes están en la lista de los principales corruptos?

Sin intención de ser voluntarista en la solución, pienso que será muy difícil combatir la corrupción pública y privada si no hay una decisión férrea de la clase dirigente para hacerlo.

Pero sabemos por amplia experiencia, que es más fácil para los gobiernos rodar en la carreta de la corrupción que ser justos y honestos.

Los funcionarios confían que no serán sometidos legalmente por sus fechorías, a pesar de los alborotos mediáticos que se hagan; y que si fueran sometidos, saldrían ilesos del proceso más temprano que tarde.

Si los ladrones son potentados tendrán buenos abogados en la barra de defensa, y además, contarán con el espectáculo mediático que sirve de soporte público a los grandes ladrones de la sociedad dominicana.

Mientras tanto, las tormentas con lluvias torrenciales que azotan el país en este fin de año, siguen arrasando muchas personas empobrecidas que nunca robaron, o que si lo hicieron, se quedaron en el rango de ladrones de chucherías.

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