Masacre en el puente Duarte

Masacre en el puente Duarte

RAFAEL VENTURA
El enfrentamiento bélico entre los constitucionalistas, compuestos por la población y miembros rebeldes de los cuerpos armados, y las fuerzas regulares de la entonces Aviación Militar Dominicana (AMD), en “la cabeza” del puente Duarte, no sólo fue el combate más sangriento de todo el proceso de la Revolución de Abril del 1965, sino que expresó en el escenario de la guerra la profunda crisis política que dividía al país; ubicando a los constitucionalistas básicamente en el seno del Ejército Nacional, mientras los golpistas que cercenaron la constitucionalidad del gobierno electo en diciembre del 1962, el del profesor Juan Bosch, se incubaron en el seno de la Aviación Militar Dominicana, sobre todo, en el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA).

Aquella lucha armada entre los bandos era la concentración en el terreno militar de la forma dominante del pensamiento político; no tuvo un triunfo definitorio a favor de los de “este lado” (la fuerza establecida en el lado Oeste de la ciudad) o la del “otro lado” (las fuerzas regulares establecidas en el lado Este de la ciudad) por el manejo torpe, cobarde e improvisado del mando militar, que en el escenario de combate demostraron que no tenían un plan militar.

La improvisación y el medalaganerismo dominaron en ambos lados, con resultados más fatales en el bando constitucionalista, donde, a pesar de defenderse una causa progresista, no había una conciencia política clara que indicara que la lucha armada es la forma más despiadada y criminal que adopta la lucha política, como expresión de la lucha de clases que se da en la sociedad.

El puente Duarte era un lugar de alto valor estratégico, porque el bando de “aquel lado” no podía tomar por asalto la ciudad capital, ni el bando de “este lado” podía sobrevivir y fortalecerse sin la defensa heroica de esta improvisada plaza militar.

Desde que estalló la Revolución, sin que obedeciera al plan previsto por los conjurados, éstos se pusieron a la defensiva ante la fuerza numérica y de mayor poder de fuego de las fuerzas regulares; y esta correlación de fuerza a favor del contrario obligaba a un plan de guerra irregular, donde la integración del pueblo debía de jugar un papel decisivo para garantizar un giro que pusiera la fuerza a su favor. Pero no lo hicieron porque el grueso del mando que decía defender el retorno a la constitucionalidad era víctima, igual que el bando contrario, de esa mentalidad segregacionista que el dictador Trujillo inculcó al guardia, de que “el civil” era su enemigo, del cual debía de desconfiar. Esta barrera ideológica llevó a que en el momento decisivo cuando el militar tenía que contemporizar con el civil -más que el movimiento armado de Abril del 65 se desarrolló en el escenario histórico y universal de plena Guerra Fría- vacilara, no hiciera lo que demandaba el momento, que era armar a la población, con un resultado catastrófico y de imposibilidad de los constitucionalistas lograr el triunfo.

El miedo: antesala del genocidio

El miedo de armar al pueblo quedó evidenciado cuando la población se presentó a las puertas de los cuarteles del Ejército -los campamentos 16 de Agosto, 27 de Febrero, Intendencia, y en los más importantes del interior del país-, y los mandos, compuestos por oficiales conservadores, que no obedecían al plan de los que organizaron el movimiento contragolpista, mantuvieron a distancia al pueblo, con el fin de no perder la dirección ni el control de la situación.

Sin embargo, el Palacio Nacional, que no tenía interés militar, tal vez político, fue protegido por baterías antiaéreas y rodeado con los mejores blindados que tenía el Ejército Nacional. Una improvisada plaza militar, que la circunstancia de la guerra convirtió en un lugar de alto valor estratégico, el puente Duarte, no tenía el poder de fuego requerido, y con la atenuante de que era un terreno accidentado y abierto – lo que hacía más difícil la movilidad y la defensa-, donde se había convocado -inexplicable militarmente, también a la población, que acudió en masas desde los barrios pauperizados de las periferias -Gualey, Las Cañitas, Los Guandules, Villa Duarte, Villa Francisca, Villa Consuelo, etcétera-, con apenas machetes, punzones, palos y piedras, como si con estos tipos de “armamentos” se pudiera derribar aviones de guerra.

Los estrategas del Ejército sabían que la Aviación Militar Dominicana dominaba el cielo, tenían los mejores blindados, mejores artillerías y tropas mejores equipadas. Este dominio del control militar por parte de los militares golpístas fue una medida política efectiva, que comenzó a aplicarse cuando comandos de zapadores del CEFA, en la oscuridad de la noche, volaron “el Polvorín”, de Villa Duarte, donde el Ejército Nacional tenía sus mejores armas y municiones.

Aunque el sector rebelde del Ejército Nacional concentró en “la cabeza” del puente Duarte buenos efectivos de su comando de Fusilería, con apenas dos anticuados y de bajo calibre cañones Howitser, no protegió con las armas requeridas el “área”, lo que hubiera evitado la masacre que se produjo, hubiera disuadido a la Aviación a no atacar, y este elemento táctico también hubiera tendido un efecto positivo a favor de los pilotos que se negaron a disparar contra el pueblo, prefiriendo caer presos o huir hacia Puerto Rico, con todo y avión.-

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