Daniel Moreno Rodríguez, perdió la visión a los 25 años de edad, cuando fue alcanzado por un disparo que hizo una patrulla que trataba de dispersar una protesta en Villa Mella, municipio Santo Domingo Norte.
El joven salía de su trabajo en un taller de ebanistería cuando fue sorprendudo por el lamentable hecho que provocó un cambio de rumbo en su quehacer cotidiano.
“Mis amigos me dicen que antes pulía madera y que ahora me dedico a pulir cuerpos. Me gusta mucho lo que hago”, dice Moreno Rodríguez, quien forma parte de un grupo de jóvenes con discapacidad visual que crearon hace un año el Centro Nacional de Masajistas Ciegos (Cenamac), mediante el cual buscan mejorar las condiciones de vida de este segmento poblacional, pero, sobre todo, lograr mayores niveles de inserción laboral.
Al participar en La Esquina Joven de Hoy, Moreno Rodríguez aclaró que los masajes ya no solo deben verse como un asunto de estética, sino más bien de salud, porque permiten aliviar dolencias diversas y hasta detectar patologías, como cáncer de diferentes índoles.
El joven, que estudia derecho en la Universidad del Caribe (Unicaribe), dice que le llena de felicidad cuando recibe a una persona con un dolor y luego se va con una sonrisa.
De su lado, Juan Abad, quien perdió la visión en el 2003, en un atraco en el que le lanzaron ácido en el rostro, narró que fue muy difícil tener que adaptarse a los nuevos desafíos con los que tuvo que lidiar al quedar ciego.
Sin embargo, luego de la recuperación y terapia que se extendió por dos años, se llenó de valor y aprendió este oficio, al que se ha dedicado con esmero, entrega y pasión.
“Todo obra para bien; si Dios me permitió seguir vivo es por un propósito. La situación pudo haber sido peor. Tuve quemaduras de tercer grado”, recalcó Abad.
Tiene 32 años. Reside junto a su esposa y sus dos hijos de 14 y 12 años de edad. Por servicio, la tarifa oscila entre RD$500 y RD$700.
Variedad. Explicó que hay diferentes tipos de masajes: terapéutico, drenaje linfático, reducción, relajación y terapia localizada.
Aunque tiene capacidad para hacer hasta 12 masajes en un día, por lo regular aplica entre cuatro y cinco.
Yahaira Peña quería ser abogada y para ello se matriculó en la Universidad O&M, donde hizo seis cuatrimestres, pero luego optó por ingresar al Patronato Nacional de Ciegos y aprendió las técnicas y habilidades del procedimiento.
Trabaja con una doctora en el sector capitalino de Gascue. Ya tiene nueve años en el área. En un día hace hasta siete masajes.
Con gran orgullo asegura que las personas con discapacidad visual hacen los masajes mejor que las personas videntes.
Discriminación. Empero, todavía existe cierto nivel de discriminación en el mercado laboral, afirmó Peña.
Juan Carlos Valdez, director del Cenamac, explicó que en una ocasión solicitó trabajo en el hospital traumatológico Ney Arias Lora y lo rechazaron.
“De acuerdo con la Ley 5-13, sobre la Igualdad de Derechos de las Personas con Discapacidad, las instituciones públicas deben dedicar el 5% de su nómina a personas con discapacidad, mientras que el sector privado un dos por ciento y eso no se cumple”, dijo.
De igual manera, explicó que el hospital Darío Contreras debería tener al menos diez masajistas, y solo tiene una.
“Nosotros no queremos desplazar al médico, sino trabajar con ellos. En Estados Unidos los ortopedas tienen masajistas auxiliares”, señaló.
Manifestó que podrían asistir, mediante el Ministerio de Deportes, a los atletas cuando presentan lesiones musculares y así a otras instituciones.
En un ambiente distendido, los ciegos contaron su satisfacción por sentirse útiles y poder aportar sus conocimientos para la salud de otros.
Johanna Matos estudia sicología escolar en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Le gustaría en un futuro no muy lejano trabajar en una escuela. Labora en la central telefónica del Instituto de Seguridad Social de la Policía Nacional.
Cenamac. Dani Willian Carrasco, del comité gestor de Cenamac, explicó que esta organización surgió de la necesidad de los masajistas ciegos de lograr mayor nivel de inversión laboral y de facilitar la capacitación a los interesados.
“Está comprobado que los ciegos somos mejores en esto, porque nos concentramos más en el tacto y podemos identificar más fácil el estrés y dónde están los nudos para diluirlos y así eliminar esa carga negativa que acaba con la gente”, dijo Carrasco.
Sin espacio físico. Explicó que para ofrecer un servicio de más calidad requieren de un local y un centro de acopio.
“Es importante que la gente sepa que un masaje es tan importante como una visita al médico. Uno de nuestros sueños y trabajamos en eso, es que el masaje sea bajo receta médica, ya que muchas de las patologías que se presentan hoy día son producto del estrés. Esto debe convertirse en una marca país”, consideró Carrasco.
Su colega Orlando Polanco, más tímido al conversar, dijo que hasta ahora sus clientes están muy satisfechos con su servicio. “Como no tengo local trabajo de manera independiente”, indicó Polanco.
Limitaciones académicas. En tanto, Glenny Matos trabaja en el hospital Darío Contreras como masajista y terapeuta, devengando un salario RD$14,400.
Matos manifiesta que desea hacer una licenciatura en terapia física, pero que la única universidad que la imparte no cuenta con la estructura, ni la metodología para trabajar con personas invidentes. Esto es un escollo para sus planes.