Sangrienta, la semana pasada nos mostró la peor cara de una sociedad que tiene que revisarse y hacer un acto de contrición para reencontrarse, reeducarse y reformar a sus ciudadanos.
El martes, cuando supimos lo de la terrible muerte de Dabel Zapata durante un atraco, nos sobrecogimos sin imaginar lo que veríamos en el fin de semana.
El primer caso letal, el de Manuel Duncan, nos demostró que el “hombre/hombre”, cuando se le “mancilla”, reacciona de forma desproporcionada y que eso, a su vez, es una afrenta que puede generar un absurdo y vil homicidio.
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El sábado la jornada fue más terrible: el policía Esteban Javier Cora mató a su expareja Indira de la Cruz, así como a la la madre, la hermana y un vecino de ella (Marianeli Rosario Tejeda, India Paola Rosario de la Cruz y Lirán Méndez), además de herir a su hijo de 5 años. Ese mismo día Karla Angélica Pérez Durán fue herida de muerte por su novio José Ángel Ureña Rodríguez, mientras Nelson Antonio García y Ciriaco Odavi Burgos murieron en una riña por “rencillas personales”.
Los homicidas que dieron su versión justificaron su crimen de forma peregrina. Como si la vida no valiera nada usaron la muerte para saldar sus “deudas”. Es triste que tantos sean capaces de matar así.