¡Mate…!

¡Mate…!

Dentro de las actividades intelectuales del hombre, el ajedrez representa una de las facetas más portentosas y fascinantes que existen.

Contenidos en sus sesenta y cuatro cuadros blancos y negros y sus treinta y seis piezas divididas en dos bandos que intentan derrotarse mutuamente, hay, tal y como han establecido los grandes teóricos y maestros de este juego, posibilidades tácticas y estratégicas infinitas, por lo que acertadamente se le ha definido como «el juego ciencia».

Este juego el cual se cree es oriundo de la India y cumple de vida ya varios milenios, ha tenido connotados cultores, dentro de los que se hayan artistas, monarcas, escritores, políticos y estrategas militares, siendo uno de los más famosos Napoleón Bonaparte, quien era un avezado maestro, pero que sin embargo en una oportunidad fue derrotado por un tonto e indefenso autómata, artilugio muy popular en aquellos tiempos.

Como se sabe, en este juego hay grandes competiciones, en donde ha habido algunos que son ya míticas, como la de Raúl Capablanca y Lasuer, la de Bobby Fischer y Boris Spassky, y más recientemente, los duelos neuronales del armenio Kasparov y el indio Anand, confrontaciones en donde se dice es tanta la energía consumida, que el jugador es capaz de perder hasta tres kilos y más en pocas horas frente al tablero, por lo que la antigua frase: «mente sana en cuerpo sano», aquí tiene su absoluta correspondencia.

Pero para quienes no somos competidores y sólo vemos en este juego una forma entretenida y sana de pasar el tiempo, siempre nos ha llamado la atención el misterio de su inaudita perfección, pareciendo haber sido concebido, por sus incalculables cualidades y rigurosas leyes, obra de un poderoso demiurgo, y es tanto así, que hasta el mismo Borges le dedicó un notable poema.

Quienes jugamos ajedrez por diversión, a veces le hemos encontrado un paralelismo a su lógica con las situaciones de la vida diaria, pues en nuestra cotidianidad como en este juego, no prever ciertos pasos, no calcular desde un principio los movimientos de las piezas, sobre todo las de nuestro adversario, dan en el caso de ajedrez, de que nos apliquen en pocas jugadas, un sorpresivo «jaque mate», mientras en la vida diaria se producen los predecibles fracasos rotundos en la actividad que estemos ejerciendo.

En incontables ocasiones nos ha acontecido, como quizás a muchos de ustedes, amables lectores, que después de una intensa lucha sin prestar atención a las intenciones de nuestro contendiente, es decir, sin meditar en profundidad la naturaleza de la estrategia, que apenas conservemos por estúpidos unas cuantas piezas: un peón, un alfil o quizás una torre y un terco rey que no se resigna a caer, mientras alrededor de tan frágil resistencia, nuestro contendiente nos tiene atrapados con sus piezas casi íntegras, y que tocándonos el turno de jugar, no lo podemos hacer, pues por donde quiera que nos movamos, indefectiblemente estamos mate.

Como decíamos, existe un paralelismo entre este juego y la vida, en particular la política, en donde se sabe que hay buenos jugadores, regulares, mediocres, malos y muy malos, y en cuya no planificación de su estrategia desde un principio, conlleva tarde o temprano el clásico jaque mate.

Hay y ha habido jugadores del ajedrez político excepcionales: Fidel Castro, Tito de Yugoeslavia, De Gaulle, etc., pero el maestro absoluto, a nuestro humilde modo de ver es Joaquín Balaguer, quien ciego y anciano, en un país cuyos gobiernos están cundidos de toda clase de alimañas carentes de probidad moral, manejaba magistralmente todos los recovecos de su oficio, infligiendo casi siempre, su magistral y mortífera embestida.

Pero también los hay muy malos, pésimos, abominables, y por último, éste que lamentablemente nos gastamos, que como bien se puede percibir con los cinco sentidos, no puede mover su rey so pena de estar jaque, pero que aún así, y violando todas las reglas de este juego, pretende ganar a como dé lugar en tan desventajosa situación, no usando lo que indican las reglas y el buen tino, de abandonar con honor el juego y tirar al rey, sino propinándole un artero y mortal garrotazo a su contendiente.

Por lo que le exhortamos a este bisoño y traumático jugador, tumbar su rey, ya que este juego está, por desgracia, jaque mate.

Publicaciones Relacionadas