Porque no solo se involucró en la vida espiritual y pastoral de la inmensa feligresía con la que convivió por casi 60 años sino que fue un miembro más de cada familia, un amigo, compañero de juegos y tertulias, educador, activista cultural que contagiaba a niños, adolescentes y mayores con sus alboradas, novenas, fiestas patronales, coronación de la Virgen y conmemoraciones católicas.
La profunda admiración y el intenso amor de todo sancarleño hacia el generoso cura quedaron reflejados en libros. El historiador Fernando Batlle Pérez escribió “Miguel y Mateo, dos nombres y una bondad” y el abogado Luis Scheker Ortiz eternizó su memoria en sus “Estampas, San Carlos ayer”, donde le dedica un extenso capítulo y reproduce una simpática caricatura del clérigo, obra de Príamo Morel. El fraile escribió el prólogo. En ambos volúmenes está plasmada la existencia del párroco desde su nacimiento en Castro del Río, Andalucía, Córdoba, el 28 de marzo de 1908. Batlle Pérez describe también su funeral.
Scheker expresa en entrevista que “San Carlos no conoció un hijo que no fuera bautizado por él. A mí me bautizó, a mis hermanos Luisiana y Heriberto, casó a mis padres… No creo que en San Carlos exista una persona que no tuviera una relación estrecha con Miguel. Era un consejero, dedicado al bien social. En las festividades de la Candelaria nos congregábamos alrededor del parque y de la iglesia que eran los dos grandes símbolos de San Carlos”.
Recuerda a Miguelucho Piantini, Osvaldo Peña Batlle (Cocó), Caonabo Purcell (Nabito), Carlos Piantini y su hermano; Félix Mario Aguiar, Leopoldo y Radhamés Grullón, Fernando Batlle Pérez, Luis Ernesto Florentino, Juan Manuel Pellerano, José Raful “en fin, todo sancarleño tenía una relación de una u otra forma con el padre”. Inclusive, parte de los citados se ocultaban en la azotea del templo a conspirar contra Trujillo. “El padre no sabía pero era muy consciente de la dictadura, venía de la dictadura de Franco y no había mucha diferencia, pero él era muy cauto”.
Luis le atribuye numerosas virtudes. “Era bondadoso, se entregaba a las buenas causas con desinterés y desprendimiento y hacía suyos los problemas confiados para su intervención. Conocía perfectamente todas las intimidades e interioridades, por el confesionario, y hacía gala de su inteligencia orientando, alentando comportamientos afines con su experiencia religiosa y con su ética personal”.
Obra del padre Miguel es el Colegio Parroquial Nuestra Señora de la Candelaria, que fundó en 1970. Después de su muerte, damas amigas crearon la Fundación Padre Miguel.
Scheker era uno de sus amigos predilectos. En vida pidió que el reconocido jurista y el doctor Juan Manuel Pellerano pronunciaran su panegírico.
“Fue un modelo de conducta por su honestidad, su prédica, su propia vida austera. Son recuerdos imperecederos que dejó en cada uno de nosotros”, exclama Luis, quien lo define “bien parecido, de ojos azules, tamaño mediano regular, semblante siempre atento y sonriente”.
Varios nombres. “Pisó por primera vez tierra dominicana transbordado en el vapor de la Trasatlántica Española Juan Sebastián Elcano el 18 de septiembre de 1930, siendo subdiácono” de los Capuchinos, congregación a la que ingresó a los 15 años, el 20 de mayo de 1923, “respondiendo al llamado de la fe y a su devoción por el Santo de Asís”, anota Pérez Batlle.
Su nombre de pila era Mateo Rodríguez Carretero y Salamanca pero cuando llegó a San Carlos en 1930 era Fray Miguel de Castro del Río, según normas de la Orden Franciscana que luego fue modificada por la identidad civil pero dice Fernando que Mateo “no pudo substituir del todo al de Miguel que quedó perpetuado no solo en el corazón de todos sino también en la institución que lleva y proyecta su nombre y su obra, la Fundación Padre Miguel”.
Fue ordenado por el arzobispo Nouel el 13 de junio de 1931.
“Eso quiere decir que estudió en el Seminario Santo Tomas y allí obtuvo el título de bachiller en filosofía el 21 de septiembre de 1930”, explica el padre José Luis Sáez, SJ, director del Archivo del Arzobispado.
Estuvo encargado de las parroquias de San Carlos, Los Alcarrizos, Santa Bárbara, Neyba y San Carlos donde volvió dos veces y una tercera para quedarse. Allí murió el 25 de agosto de 1994. Sus restos descansan en el templo, como fue su deseo.
Mateo era confesor del cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez, manifestó Luis Scheker, y Pérez Batlle escribió que fue capellán, con rango de coronel, del Benemérito Cuerpo de Bomberos.
La calle. En 1995 Luis Scheker y Domingo Magín solicitaron al Ayuntamiento del Distrito Nacional (ADN) que designara una calle de Santo Domingo con el nombre del sacerdote pero aunque se emitió la resolución no se ejecutó sino hasta el 13 de marzo de 2004 cuando se bautizó “Padre Miguel” la antigua calle Libertador, “que comienza en la avenida México hasta el parque Abreu, del barrio San Carlos”.
Luis Scheker Ortiz considera justo el homenaje pese a que la vía no es ostentosa. “Sí, porque él nunca fue vanidoso y me imagino que está muy orgulloso con la escogencia de una calle que va ascendiendo hasta llegar a la plazoleta de San Carlos y a la iglesia que fue su morada y quizá nunca pretendió que una calle llevara su nombre”.