Matrimonio infantil: entre cultura y ética

Matrimonio infantil: entre cultura y ética

José Miguel Gómez

Tiene cara de mujer, de niñas y de adolescentes pobres

El tema desnuda y expone las concepciones desde el modelo feudal al patriarcal, hasta la barbarie de una supuesta civilización donde creíamos que se había superado la nueva “esclavitud moderna”: asignarle derecho a las personas, pero sostener las mismas prácticas, con otros nombres, castigos blandos, nuevos hábitos y relativizar los valores intangibles.

Fue desde la ética que se confrontaron las normas, costumbres y prácticas que representaban daños, peligros y violaciones para unos y para otros; privilegios, asignaciones, aceptación y reconocimiento, a pesar que era dañino, morboso, perjudicial, enfermizo, aberrante, ética y moralmente inaceptable.

En pleno siglo XXI, aún existen países donde sus leyes, su sociedad y sus ciudadanos aceptan la “esclavitud moderna” del matrimonio infantil. Una relación de poder, donde un hombre adulto: “proveedor”, “macho”, “cojonudo”, “validado” y legitimizado por una cultura sexista, de la hipersexualidad, del victimismo sexual contra las mujeres, niños y adolescentes, permite y estimula el incesto, la poligamia, el abuso sexual, la trata y compra de mujeres y niñas en condiciones de pobreza, de desigualdades sociales, e impedidas del desarrollo social y la dignidad humana.

Parece que vivimos en el siglo XVIII y XIX, reforzando las creencias, costumbres y prácticas que la ética y la moral habían enterrado como enfermedades de la desnutrición cultural, de la vergüenza social y de lo éticamente incorrecto.

El matrimonio infantil está en manos de los hombres: legisladores, ministros, gobierno y sociedad civil. Sencillamente es inaceptable e incomprensible, que sea un tema pendiente, postergado y dormido; que deambula de comisiones en comisiones, mientras todos los días, semanas y meses, alguna niña de la pobreza y la marginalidad no elegida, algún hombre la compra por una pasola, por un celular, por cambiar el piso de tierra, por ropa, comida, por sueños y por derechos negados y privado de una sociedad desigual y enferma. Sin embargo, aún no hay consecuencia, no hay reacción, ni espanto.

Cuando la ética no puede, altera la conciencia para que no duerma, lo transfiere a las emociones y los sentimientos para castigar el alma y el cuerpo, mata el espíritu y reproduce las miserias humanas de una sociedad patologizada.

Las niñas y adolescentes en los campos se “juntan”, huyen o se casan con hombres que le duplican y le triplican la edad; que pueden ser su padre o su abuelo.

Pero también, el matrimonio infantil cuestiona y confronta la ambivalencia de una sociedad y de los hombres que dicen adorar, reconocer y simbolizar a la madre, a la hija, pero que a la vez, es indiferente y no ético para usar o comprar a las otras niñas o adolescentes o mujeres vulnerables socioeconómicamente, de pobreza estructural o educativa.

La ética social expresa también, la complicidad o la responsabilidad cuando premiamos o practicamos la insensibilidad social frente a los más vulnerables.

El no sentir empatía, ni consciencia emocional frente a las niñas, habla de esa proliferación de insensibilidad, de falta de responsabilidad y de defensa por los otros.

Las familias de clase alta y media, no casan sus preadolescentes, no las entregan como objetos sexuales, para conseguir algún beneficio material. El matrimonio infantil tiene cara de mujer, de niñas y adolescentes pobres, excluidas, no visibles por los otros; y esa indiferencia nos hace culpables, nos insensibiliza y, nos expone al fondo del relativismo ético, y de la nueva esclavitud moderna.

Que se penalice el matrimonio infantil, que se prohíba todo tipo de relación con menores, que las familias no tienen derecho a decidir por sus hijas pobres. En los primeros cien días de este gobierno y de los legisladores, deben anular el matrimonio infantil para proteger las niñas y adolescentes.

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