Maullidos (por ventrílocuo) finales

Maullidos (por ventrílocuo) finales

Al gran periodista Manuel Quiroz, recientemente designado director de noticias de SIN, la empresa mediática de mis amigos Fernando Hasbún y Alicia Ortega, siempre le ha parecido curioso que frecuentemente me refiera a la sindéresis, que es la capacidad natural para juzgar rectamente, carencia de muchos notorios comunicadores dominicanos.

El doctor Germán E. Ornes, en cuya escuela de El Caribe pulieron su destreza Quiroz y muchos de los mejores periodistas dominicanos, como Miguel Guerrero y otros, me comentó una vez que el mejor reconocimiento profesional es el que hacen los pares, los colegas. Hay veces, decía él, en que un ataque de parte de cualquier carajete constituye en verdad un blasón.

En estos días a una rata de albañal le ha cogido conmigo. Quise hacerme el propósito de tratarle como merece, ignorándolo. Pero resulta que esos ataques han resultado un verdadero bálsamo, puesto que la compañía en la que me ha puesto incluye a Huchi Lora, Alicia Hasbún, Juan Bolívar Díaz, Miguel Guerrero y otros colegas en cuya compañía me siento honrado. Son gente con quien uno puede, como ha ocurrido, compartir en algún hogar con esposa e hijos, pues nada hay que reprocharles como ciudadanos o amigos.

No se trata que refrendar todas sus opiniones, Dios me libre de compañía tan aburrida, sino de su calidad humana y profesional. Sus carreras hablan por sí mismas; sus logros son extraordinarios; poseen gran crédito público como comunicadores y aún quienes disientan les reconocen seriedad y un compromiso invariable con buenas causas.

La falta de sindéresis, o sea la incapacidad natural para juzgar rectamente, induce a extravíos. Y ahora no hablo de la consabida rata, del género de roedores de voraz apetito y “epiplóyica” asquerosidad, cuya condición nadie discute, sino del santo varón que roe y sopla, insuflándole ánimo “a lo María Gargajo”, “sin quitarle ni una coma” (admisión estúpida de complicidad) como si desconociera la carga que le toca por su aviesa irresponsabilidad.

¡Ah, si le viera Rafael Herrera! ¡Si midiera el alcance de su cortedad! ¡Si tuviera que explicarle a su familia o a los colegas en cuya compañía me pone la rata que es su mascota, sus tristes extravíos! Uno de los lectores de mi artículo anterior dijo: “a ese gato de sacristía ya se le gastaron seis de sus siete vidas periodísticas, estos son coletazos finales”… ¡Pobrecito!

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