Max,  Pedro  y su padre en el paredon

Max,  Pedro  y su padre en el paredon

Ni Pedro Henríquez Ureña ni ningún otro personaje de ese apellido son merecedores de que sus nombres maculados se utilicen para denominar a ninguna universidad dominicana.

Alcides García Lluberes, prolífico historiador hijo del Padre de la Historiografía Nacional, José Gabriel García, hizo la atrevida declaración en un extenso artículo en el que detalla actuaciones serviles a Trujillo y otros dictadores de Pedro y Max Henríquez Ureña, Federico y Francisco Henríquez y Carvajal, sobre quien opinó: “Hay que quitarle el nombre de Francisco Henríquez y Carvajal a la calle de esta ciudad que lo lleva”-

Hasta el padre de Salomé Ureña de Henríquez, Nicolás Ureña de Mendoza, fue cuestionado por el distinguido cronista, que lo llamó “antinacional” pues, “como miembro del Senado de los Seis Años de Báez fue uno de los que proclamaron la Anexión a los Estados Unidos el 16 de marzo de 1870, y antes había sido, en la Era de la Anexión a España, de los redactores del periódico ministerial “La Razón”, que llamaba a los restauradores latre-facciosos”.

Los contundentes dicterios de García Lluberes a los Henríquez están contenidos en el trabajo: “¿Por qué no debe llamarse Pedro Henríquez Ureña ninguna universidad dominicana?”. Afirma que “sólo impenitentes reaccionarios trujillistas”, como dos de las relevantes figuras que la crearon, podían recomendar la denominación para esa academia, cuando se proyectaba su fundación.

Los Henríquez y Trujillo  Según Alcides García Lluberes, asiduo colaborador del Listín Diario y de “Patria”, durante la guerra de abril, “al principio de la Era de Trujillo, cuando éste no tenía partidarios, fuera de los militares, los primeros que le ofrecieron sus servicios y sus influencias para que se consolidara en el poder fueron los Henríquez y Carvajal y los Henríquez Ureña”.

Reveló que ya en 1930 Federico Henríquez y Carvajal era rector de la Universidad, nombrado por Trujillo, y que en 1931, cuando el tirano hizo matar a Desiderio Arias, “Maximiliano Henríquez Ureña estaba en el séquito de Trujillo, yendo dos veces en compañía de Mario Fermín Cabral y Báez a entrevistarse con Arias en los Cerros de Gurabo Adentro, Mao. A poco, el general Arias fue vilmente traicionado y asesinado”.

De Francisco Henríquez y Carvajal, padre de Max y de Pedro, consignó un largo prontuario trujillista y lilisiano, desde que éste fue Ministro en París en 1933. Reproduce párrafos de un discurso laudatorio al “Jefe” y lo acusa de haber falseado la historia “para abultar el mérito de Trujillo”. Francisco aseguró ante un comité franco americano que el ciclón de San Zenón derribó casi en su totalidad a Santo Domingo y el dictador, personalmente, “emprendió la restauración de la ciudad histórica”. García Lluberes lo desmintió: “El ciclón del 3 de septiembre lo que destruyó fueron los suburbios, formados principalmente por casas de madera y zinc”.  Cita otras partes de la oratoria en la que Francisco justifica la reelección del “Benefactor para ver acabada su obra de redención”.

Prosigue con el historial trujillista de Pedro desde que llegó al país el 15 de diciembre de 1931 a hacerse cargo de la Superintendencia General de Enseñanza y comenta que para la fecha ya se habían llevado a cabo el espantoso asesinato del poeta Virgilio Martínez Reyna y su esposa embarazada, la “tentativa horrorosa de asesinato” contra José Dolores Alfonseca, Pedro A. Ricart, Pedro A. Lluberes, Luis Ginebra, Ángel Morales y Martín de Moya, de la Alianza Nacional Progresista, y habían sido atacados y heridos con ametralladoras, Joaquín Cordero, Manuel Ubrís, Gregorio Montero y Alejandro Asmar e “innumerables asesinatos y fechorías indescriptibles”. “¿A qué vino Pedro Henríquez Ureña a tal sentina de podredumbre? A cubrirse de ignominia, y se cubrió con ésta hasta la coronilla, sin que se le diese un ardite de nada”, anotó.

El polémico investigador que aclaró numerosos mitos históricos recogidos en el libro “Duarte y otros temas”, aseguró que Pedro salió de la República en 1933, pero no por su gusto, sino porque se lo pidió con inaplazable premura su esposa, la mexicana Lombardo Toledano. Sin embargo, añade, “siguió desde el extranjero solidarizándose con su apellido, que estaba en masa con Trujillo, cooperando con la obra disolvente del monstruo”.

Copia segmentos de una historia dominicana que se encargó al ilustre humanista en 1947 para incorporarla a la Historia de América dirigida por el argentino Ricardo Levene y son tales los elogios al régimen que para García, Pedro “no merece ser citado entre los escritores que tuvieron siempre como centro de sus altas actividades esta perfecta esencia. Para él los asesinatos, los latrocinios, las inmoralidades de todo género eran peccata minuta, como lo demuestra el hecho de venir sin escrúpulos a encenegarse en ellos”.

Manifestó que al leer la obra de Pedro, Juan José Arévalo reaccionó: “¡Qué desengaño más grande me ha hecho experimentar mi antiguo profesor de la Universidad de Buenos Aires!” e igual decepción mostró Félix R. Palavicini, “otro grande del nuevo mundo”, en “El Universal, de México.

De Francisco Henríquez y Carvajal escribe Alcides que como secretario particular de Meriño “compartió la responsabilidad de los fusilamientos hechos en ese gobierno”, que enumera, y apunta que el tirano Ulises Heureaux “siguió protegiéndolo a él y a su esposa Salomé Ureña de Henríquez, los cuales le correspondían”.

Afirma que Lilís premió a Francisco con un decreto que lo mandaba a Francia a estudiar medicina, por cuenta del Estado, e invita a comprobar beneficios en la Gaceta Oficial 715 del 5 de mayo de 1888, página tres. “En 1888 predominaba el apellido Henríquez en el tablero político, como después en los premios de Trujillo”, significa y pasa a enumerar el nepotismo de 1868, cuando Enrique Henríquez presidía el Congreso y el esposo de Clotilde Henríquez y Carvajal, Manuel Lamarche García era diputado al igual que José María Sánchez, suegro de Ildefonso Henríquez y Carvajal y Silvain Coiscou, “próximo suegro de una de las Miserandas, de Altagracia Henríquez y Perdomo, hija de José Henríquez y Carvajal”.

En síntesis

Toda la familia

Según  el señor Alcídes García  la familia Henríquez y Carvajal y los Henríquez Ureña “no merecen ni calles ni universidades a su nombre”. 

Los hechos

Cita entre las razones para esta posición, el hecho de que Francisco Henríquez y Carvajal fue ministro en París, en el 1933. Y a quien  acusa de haber falseado la historia sobre el ciclón  San Zenón para beneficiar o abultar  los “méritos de Trujillo”.

Los hijos

De Henríquez y Carvajal y la poeta Salomé Ureña, consideradas figuras cimeras del humanismo en América, son cuestionadas por el hecho de que Pedro Henríquez Ureña asumió en el 1931 la Superintendencia general de Enseñanza. Mientras que  Max,  también es acusado de servir al régimen.

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