Máximo Gómez, cien años después

Máximo Gómez, cien años después

SERGIO SARITA VALDEZ
Relata el historiador Francisco Pérez Guzmán en el prólogo al libro Máximo Gómez, Vida y Escritos, que uno de los días mas tristes vividos en Cuba lo fue el sábado 17 de junio de 1905, fecha en que en La Habana, el doctor José Pereda y Gálvez anunció la muerte del generalísimo Máximo Gómez. Uno se pregunta cómo es posible que un dominicano llegara a sembrarse en las entrañas de un pueblo hermano al punto de que su fallecimiento envolviera de luto los corazones de tanta gente.

El viejo, como solían llamarle sus más íntimos colaboradores, se ganó el respeto y la admiración del ejército libertador y de otros sectores sociales de la mayor de las antillas a través de una conducta intachable y ejemplar durante la llamada guerra de los diez años, la que le generó un liderazgo que vino a consolidarse en la etapa final de la guerra de independencia a partir de 1895. Juan Bosch en su ensayo El Napoleón de las guerrillas, nos ofrece un testimonio de lo que implica ser un hombre que lucha por ideales y principios, para lo cual reproduce el relato de una charla sostenida el 28 de agosto de 1896 entre Máximo Gómez y el Dr. Fermín Valdés Domínguez. La misma fue narrada por este último: «En la marcha de hoy le hablé del doctor Eusebio Hernández; le dije que no era su amigo; le referí muchas de las cosas que me había afirmado, entre ellas que no era el general Gómez ni el hombre más importante ni el más valiente de los que había en la guerra. Al contestarme, me dijo con dignidad: Mi cuna, honrada, está en Santo Domingo. No les debo a los cubanos más que la gloria: no me he vendido a ellos; y a mi familia le he dicho que viva de lo que dan mis paisanos, y que no acepten ni un real de la Junta Revolucionaria; ya usted sabe que mi expedición la costee yo, y si se habla de la Guerra de ahora, nadie puede ignorar que yo fui quien llevó a Maceo a Occidente, ese hecho quedará para siempre en la historia. Los cubanos pueden darme y estimarme cuanto quieran, pero yo sólo quiero que después de terminada la guerra me dejen tranquilo en mi casa».

Otra vivencia recogida en el libro de la Fundación Corripio y que retrata de cuerpo entero la grandeza de espíritu, la humildad y el desprendimiento material de Gómez, es la entrevista con el General en Jefe del ejército español, Arsenio Martínez Campos, el 27 de febrero de 1878 en Camaguey. Dice el guerrillero banilejo en una parte de la conversación: «Martínez Campos indicó que podía y deseaba ofrecerme auxilios pecuniarios. No es posible, dijo, que vaya usted a su país con esa ropa miserable. No acepté su oferta y Campos continuó: Yo puedo prestar la cantidad que necesite y luego me la pagará usted cuando quiera y pueda. Me puse de pie entonces, para decirle: General, no cambio yo dinero por estos andrajos que constituyen mi riqueza y son mi orgullo; soy un caído, pero sé respetar el puesto que ocupé en esta Revolución, y le explicaré. No puedo aceptar su ofrecimiento, porque solo se recibe sin deshonor, dinero de los parientes o de los amigos íntimos, y entre nosotros, General, que yo sepa, no hay parentesco alguno, y por la otra parte, es ésta la última vez que tengo el honor de hablarle».

Su intuición para adivinar la potencial conducta futura de un hombre, o mejor dicho, su predicción del comportamiento de un personaje queda retratada con su premonición el 14 de marzo de 1886 acerca del futuro tirano Lilís. Leamos: «Predomina entre los dominicanos en estos momentos, un hombre de aviesas intenciones para todo lo que no le redunde en su propio bien. Se deja conocer en él, una desmedida ambición de dinero, y sacrifica lo más sagrado a sus intereses. Este hombre es Ulises Heureaux, dominicano, hijo de padres haitianos y que debido a las continuas convulsiones políticas que han agitado el país, se ha hecho de una posición que descansa y defiende con la clase mala del país, con hombres malvados y mal avenidos con los principios de decencia y moralidad cuyos instintos sabe muy bien contentar… Si los dominicanos no tratan de quitarse la influencia maléfica de ese hombre, el país va derecho a la ruina y al salvajismo. La fuerza no es gobierno, y éste es el único medio que conoce Lilís para gobernar». Mejor acierto histórico no lo podría haber.

Un primero de abril de 1897 escribía en su diario de campaña la siguiente reflexión acerca del estilo de gobernante ideal: «El que gobierna y manda debe tener mucho cuidado de no cometer ningún acto de debilidad, que menoscabe en sus manos la cantidad de poder que se le ha confiado; tampoco debe ejecutar actos arbitrarios, pero en último caso, y en determinadas circunstancias, como por ejemplo, por las que atraviesa hoy la guerra de Cuba, es preferible un jefe arbitrario que débil o falto de carácter».

Se engaña el que piense que el estelar prócer de la independencia cubana con este último pronunciamiento evidenciaba dotes de tirano o de hombre poco sensible. Todo lo contrario, sufría mucho cuando tenía que aplicar las drásticas medidas bélicas a que las circunstancias obligaban. Prueba de su tierno corazón es la reacción suya al enterarse de la muerte en combate del hijo amado, Panchito Gómez, y la de Antonio Maceo, tragedia acaecida el 7 de enero de 1896. Anota nuestro héroe en su diario: «Me despierta la noticia de la muerte de mi hijo Pancho y la del General Antonio Maceo, ocurrida en Punta Brava, Provincia de La Habana, el 7 del actual. Algunos de mis compañeros abrigan la esperanza de que pueda ser falsa la noticia, pero yo siento la verdad de ella en la tristeza de mi corazón. Pobre mi esposa, pobre Madre, qué golpe para tu corazón».

Su jefe de escolta Bernabé Boza era uno de los que alentaba la esperanza de la falsedad de la información, él testimonia la respuesta del recio roble de la forma siguiente: «¡Es una esperanza, compañero! ¡Pero, si el corazón del amigo puede engañarse el de un padre es difícil que se equivoque; el mío me dice que la noticia es cierta! ¡Maceo mi compañero y mi hijo Panchito juntos! ¡Muertos!».

Concluye Boza su triste narrativa diciendo: Y entró en su tienda llorando el noble y gran anciano.

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