Máximo Gómez  y  José Martí

Máximo Gómez  y  José Martí

POR IVÁN PÉREZ CARRIÓN
CONVERGENCIAS:
“Subir lomas hermana hombres”, anota escuetamente José Martí en su diario de campaña, donde recoge a vuela pluma, con notas breves y frases cargadas de imágenes los sucesos e impresiones durante el largo recorrido de Cabo Haitiano a Dos Ríos, en compañía de Máximo Gómez, a quien se refiere con respeto como “El General”.

Son dos historias particularmente cautivantes, la del intelectual –el poeta– que apenas con dieciséis años se involucró con plena conciencia en asuntos en extremo escabrosos, como puede serlo la política seria en un contexto colonial. Y la del dominicano que, también con 16 años, fue llamado a filas para combatir la invasión extranjera; que llegó a ser comandante de las reservas del ejército español; que una vez emigrado a Cuba se involucró de lleno en la conspiración contra la metrópoli, y que en 1868 se unió a una batalla que no abandonaría hasta el final del dilatado ciclo bélico por la independencia de su nueva patria.

Dice Gómez en sus notas autobiográficas de 1894;

“Cuba, país de esclavos; no había conocido yo tan fatídica y degradante institución y ni siquiera había podido tener una idea cabal de lo que era eso; tan fue así que me quedé espantado al encontrarme en aquella sociedad donde se despreciaba al hombre, por el hombre, de un modo inhumano y brutal. […] Muy pronto me sentí yo adherido al ser que más sufría en Cuba y sobre el cual pesaba una gran desgracia: el negro esclavo. Entonces fue que realmente supe que yo era capaz de amar a los hombres.”

Para Martí, esta sacudida ocurrió mucho más temprano, cuando fue testigo de un desembarco de esclavos. En los Versos sencillos (XXX), de 1891, recoge la impresión que quedó grabada en su memoria:

“Rojo, como en el desierto,
Salió el sol al horizonte:
Y alumbró a un esclavo muerto
Colgado a un seibo del monte.”
 “ Un niño lo vio, tembló
De pasión por los que gimen
Y, al pie del muerto juró
Lavar con su sangre el crimen.”

España, metrópoli decadente, lastrada por sus propios inconsistencias domésticos e incapaz de reconocer la caducidad de un sistema colonial que la llevó a perder uno tras otro sus territorios, optó por aferrase a Cuba, su joya más preciada, sin hacer concesiones políticas de ningún tipo. A las exigencias de los criollos respondía con más despotismo..

El estallido de la revolución en Yara en 1868 repercute por todo el país. En la capital, los simpatizantes estimulados por el alzamiento incrementan su actividad. Martí y un grupo de amigos son acusados por manifestar sus ideas en publicaciones de franca tendencia separatista. En octubre de 1869 es enviado a la Cárcel Nacional acusado del delito de infidencia, trasladado al Presidio Departamental de La Habana, y finalmente deportado a España.

Aquí empieza la larga y tenaz batalla de Martí en el exilio –para recuperarse de dolencias del encierro que le impiden participar directamente en el conflicto bélico– y en la divulgación de la situación cubana en la propia España, y posteriormente en otros países de América Latina y Estados Unidos.

En los campos cubanos, el General Gómez ha venido asombrando con sus tácticas, astucia y valor tanto a sus compañeros de armas como a sus enemigos. Su figura crece en cada combate, y llega a convertirse en un factor imprescindible de la guerra, merecedor del respeto y la admiración de los cubanos que lo han hecho suyo.

Diez años después llega el fin de la guerra con el Pacto del Zanjón, resultado del desgaste, la escasez de recursos, el caudillismo regional y la falta de una dirección consistente. “No había nada, Martí”, dice el General a Martí durante un descanso en campaña que Martí anota en su diario, el  22 de abril. Y añade Martí: “ –ni plan de campaña, ni rumbo tenaz y fijo”.

Vendrá, con la paz relativa, un periodo de recuperación física y moral para los curtidos combatientes. El General Gómez colgaba el sable, solo temporalmente. Está amargado por lo que en definitiva constituye el fracaso de la guerra.

En los años que siguen, sin tener relación directa, Martí y Gómez alternan sus esfuerzos por mantener a flote sus respectivas familias, y hacer renacer la actividad revolucionaria. Gómez, más vinculado a los veteranos de la Guerra de los Diez Años, mientras Martí alienta, a los “pinos nuevos”, y todas las fuerzas separatistas, mientras proyecta ideas de mayor alcance, para lograr una república “con todos y para el bien de todos”..

En 1884, en Nueva York, tiene lugar un encuentro entre Gómez y Martí, con la participación de Antonio Maceo. Allí surgen las contradicciones dentro del movimiento que se gestaba. Son en verdad algunos de los fantasmas que llevaron al fracaso de la “Guerra Grande”. Las propuestas de Maceo y sus métodos no son aceptados por Martí, quien ve que Gómez está siendo arrastrado en su buena fe por esas tendencias militaristas y personalistas.

No fue una ruptura definitiva, sino un alejamiento temporal, sin rencores. Ambos continuaron laborando cada vez con mayor intensidad, pero sin relación estrecha, a favor de la revolución, aglutinando fuerzas.

En 1892, Martí, una vez fundado el Partido Revolucionario Cubano, intensificaba su labor de reunificación de los cubanos en el exilio, y se produce la trascendental entrevista con el General Gómez en La Reforma, donde le ofrece a nombre de la delegación del PRC la jefatura del ejército libertador.

Gómez recoge estas impresiones en el referido diario:

“(…) Martí viene a nombre de Cuba, anda predicando los dolores de su patria, enseña sus cadenas, pide dinero para comprar armas; y solicita compañeros que la ayuden a liberar, y como no hay un motivo, uno solo -¿por qué dudar de la honradez política de Martí?- yo, sin tener que hacer el menor esfuerzo, sin tener que ahogar en mi corazón el menor movimiento de queja contra Martí, me he sentido decididamente inclinado a ponerme a su lado, y acompañarlo en la empresa que acomete… Así pues, Martí ha encontrado mis brazos abiertos para él y mi corazón, como siempre, dispuesto para Cuba.”

Gómez no solo abrió sus brazos, sino las puertas de su casa y su familia al más joven luchador.

El 29 de enero de 1995, en su condición de delegado del PRC, Martí firma la orden de alzamiento a Juan Gualberto Gómez en La Habana, que se produce finalmente el 24 de febrero.

El 25 de marzo firman Martí y Gómez el trascendental manifiesto del PRC dirigido al pueblo de Cuba, conocido como Manifiesto de Montecristi, que recoge los lineamientos y el programa de la nueva revolución que se reinicia después de largos años de ardua y paciente preparación.                                                                                                                                

Dice el documento en su último párrafo:

“Y al declarar así en nombre de la patria, y deponer ante ella y ante su libre facultad de constitución la obra idéntica de dos generaciones, suscriben juntos la declaración, por la responsabilidad común de su representación, y en muestra de la unidad y solidez de la revolución cubana, el Delegado del Partido Revolucionario Cubano, creado para ordenar y auxiliar la guerra actual, y el General en Jefe electo por todos los miembros activos del Ejército Libertador.” 

El 1 de abril parten juntos de Montecristi, en la goleta Brothers, los dos hombres hermanados por sus principios, El Delegado y el General, con otros cuatro patriotas rumbo a Cuba para sumarse al combate.

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