POR VLADIMIR VELÁZQUEZ MATOS
El arte es una misteriosa ventana a lo desconocido, a lo interno, a las emociones más recónditas del inconsciente, de esa zona en donde nacen los arquetipos universales, los símbolos comunes con los cuales nos comunicamos las entidades sintientes y racionales en esta dimensión material, expresando nuestras ansias y miedos, nuestras dichas y desgracias, nuestras satisfacciones y desesperanzas.
Todo artista que se precie de serlo o que aspire a serlo, tiene como meta fundamental de buscar esa verdad y revelarla a todos los demás, hacerlo patente con las herramientas que le ha otorgado como don La Providencia, materializándola a través de imágenes, sonidos, palabras o movimiento, haciéndonos partícipes de ella, que no es más -aunque algunos nos tilden de tener una percepción demodé -de tratar de rozar ese absoluto que denominamos en todas las culturas humanas sobre la faz de la tierra como belleza.
Y es que para todos los que amamos el arte, el buen gran arte, es imprescindible que toda obra aspire a lo bello (no a lo bonito que es otra cosa totalmente diferente), a lo que trasciende a los tiempos y a las mentalidades, como desde Altamira hasta las composiciones abstratas de Jackson Polock se ha ido estableciendo y configurando a través de los siglos, con una profunda exploración de la emoción estética, de la degustación poética, de los mundos imaginarios y de la plenitud espiritual que nos lleva, aunque algunos quieran negarlo, a ser mejores seres humanos.
Eso es precisamente a lo que aspiramos cuando creamos y apreciamos una obra de arte, es decir, a ser mejores personas, mejores individuos que escapan mediante la imaginación de este mundo limitado y opresivo hacia otros de inmaculada pureza, de nítidos contornos y tornasoladas imágenes ingrávidas que regalan al contemplador voluptuoso placer, deseos de tocar y gozar, pero sin querer trastornar el sabio orden establecido del caprichoso demiurgo que las coloca y recrea los elementos, porque todo cuando existe y ha sido puesto en el espacio temporal (en el caso presente de este comentario, el papel), está perfectamente concebido, es la criatura consentida, mimada, largamente gestada por su creador, tal como el amoroso padre se desvela de cuidados y cariño hacia su amado hijo.
Y eso es precisamente lo que se puede decir del artista plástico Mayobanex Vargas, quien el miércoles 11 de enero inauguró su séptimo exposición individual en la Embajada de Francia, titulada: Las estaciones el paraíso, en donde este gran dibujante dominicano pone de manifiesto, como ha sido una constante en su brillante trayectoria creativa, su excepcional y poco común dominio de la forma y la composición, en el que en un alarde de virtuosismo como se practicaba en épocas pretéritas -se me ocurre, el Renacimiento- regala al espectador sensible, al que no se le van los ojos ni la mente por ahí ante la banalidad de las modas importadas, un torbellino de imágenes que rinden un homenaje a la belleza femenina, a la sensualidad de sus formas, a la voluptuosidad sin caer en amaneramientos ni efectismo, pero provocando un deseo por estar dentro de sus cuadros, por penetrar esas imágenes evocadoras de lirismo y vitalidad como lo son estos presentes dibujos de esta extraordinaria exhibición.
Mayobanex, es un cultor a tiempo completo de su arte, un individuo que vive su arte, que respira y transpira arte, un artista serio que no se contenta en el facilismo que le podría brindar su destreza artística, su don nativo, pues él es un gran explorador y estudioso de su disciplina, una disciplina que antiguamente se practicaba con dedicación y devoción cuasi religiosa, pues todos los grandes maestros, desde van Eyck pasando por Rafael, Durero, Holbein, Rubens, Rembrandt, Delacroix, Ingres, hasta llegar a los tiempos presentes, en donde dibujantes excepcionales como Luis Caballero, Heriberto Cogollo, Claudio Bravo, Roberto Fabelo, Juan González y otros, han establecido la pauta de lo qué es la diferencia entre un artista formado y excelente, es decir, el que dibuja de veras, y aquel que no lo es, que se escuda en todos los subterfugios y sofismas emanadas de esta moda ligth denominada posmodernismo, como ese de decir que: yo soy artista conceptual y lo único importante es la idea y no el oficio, cuando el oficio es lo que ayuda cristalizar las ideas perfectamente.
Mayobanex Vargas con su coherente trayectoria aquí y fuera del país, porque ya ha expuesto en importantes centros culturales internacionales como el Museo del Banco Interamericano de Desarrollo en la ciudad de Washington, la capital norteamericana, figurando su obra en importantes colecciones privadas y públicas, con un puesto bien ganado entre los grandes creadores nacionales, no sólo entre los actuales, sino de todos los tiempos, con un refinamiento estético y conceptual que no solamente lo da la sensibilidad, sino una indudable preparación intelectual a base de una buena cultura general, principalmente de artes visuales, lo que lo convierte en este medio tan limitado en una rara avis, puesto que no es un secreto para nadie que los artistas aquí no leen ni mucho menos investigan (con sus excepciones, claro está), y llevándolo, de seguir por el camino ya trillado por él durante largos años de ese sacerdocio laico como lo es la plástica, de proponérselo como una meta, a ser uno de los mejores creadores latinoamericanos del presente, siendo un honor decir por estas cuartillas al divulgar la obra de este gran artista ante quien me quito el sombrero y me honro en su sincera amistad, que él es todo un maestro contemporáneo.
A apoyar, amables lectores esta muestra individual que se inauguró el pasado miércoles 11 en la Embajada de Francia, y a la vez hacerlo con todas las manifestaciones del arte y la cultura visitando las exposiciones, los conciertos, las obras de teatro, las puestas de circulación de libros, las conferencias y todo lo que necesite nuestra presencia a fin de alimentar el espíritu del pueblo dominicano que tanto lo necesita.