He recibido una carta de un lector preguntándome quién caray es Iñigo Montoya. ¡Oh Dios! Cómo le explico
En su asombroso ensayo PropinquityofSelf, que podría traducirse como Cercanía del Propio Ser, el científico y filósofo escocés Íñigo Montoya (descendiente del agustino español Luis de Montoya, autor de varias obras de índole ascética) plantea la inaudita tesis del carácter involutivo de la espiritualidad.
Montoya, pese a sus raíces hispánicas (su madre es de Ávila), renunció al castellano en su juventud, arguyendo la inutilidad de esta lengua para plantear o solucionar complejas cuestiones de física y astronomía. Según él, sólo el inglés sirve actualmente para llegar hasta los más elevados planos de la ciencia. Al español, lo considera más propio para comunicar sentimientos o mentiras, para entrenar a la servidumbre doméstica y para la poesía. Escogió al inglés para su primera obra popular, en la cual explora territorios fronterizos de la religión, la moral, la sexualidad humana y la ubicuidad del sentimiento filial ante lo divino, fenómeno común a casi todas las razas, regiones y épocas.
Según Montoya, los indios de las tribus Shoshone, en el suroeste de los Estados Unidos; los pocos sobrevivientes de los Caribes, los aborígenes australianos y algunos pocos monaguillos letones, comparten, inadvertidamente, el secreto de la felicidad. Ser feliz, explica el polígrafo anglófilo, puede resultar únicamente de dos causas.
La primera es química. Montoya asegura que ciertos compuestos orgánicos poseen sustancias denominadas ausitos, las cuáles resulta imposible aislar debido a su carácter transitivo (un concepto derivado, increíblemente, de la gramática castellana). Los ausitos ocurren de manera natural, pero no son estables, sino que su existencia depende de la relación entre las cargas eléctricas de las moléculas que componen la masa en la cuál se forman las condiciones para que estén presentes los ausitos. La ciencia todavía no ha logrado aislar ni reproducir en un laboratorio a los ausitos, pero la comunidad científica acepta que existen luego de que Montoya explicara los detalles, durante una cátedra magistral ante la facultad de física del MIT. Pese a las elaboradas fórmulas y complicados apotegmas, todo naturalmente en un inglés admirable y prístino, Montoya se lamenta de que, aparentemente, sólo el azar determina cuáles individuos pueden beneficiarse del efecto de los ausitos.
La segunda causa comprobada de la felicidad, según Montoya, es espiritual. Luego sigo