Me sentí protegido por la policía

Me sentí protegido por la policía

FARID KURY
Faltaban sólo 15 minutos para la medianoche cuando, atravesando el puente Profesor Juan Bosch, mi vehículo empezó a fallar. Venía desde la Zona Oriental donde había participado del cumpleaños de la esposa de un entrañable amigo. Me acompañaba Ogaris Santana, un amigo de esos que se quieren como hermanos. Segundos después, medio a medio del puente, súbitamente se apagó como quien dice no doy más.

La falla no resultó un grave problema. El motor ardía por falta de agua, pero por suerte no había dañado piezas que pudieran imposibilitar nuestra marcha. Sin embargo, para nosotros, no acostumbrados a pulular en esa zona, aquello era muy preocupante, no tanto por lo que significaba tener un vehículo con dificultades a esa hora, sino porque se trataba de un lugar frecuentado por la delincuencia.

La situación era inquietante. Ninguno de los dos portaba armas para sentirnos seguros y defendernos de una probable agresión. Nunca las hemos tenido. De todas maneras, al margen del peligro que creíamos correr, había que buscar agua y el lugar más cercano para conseguirla estaba casi a un kilómetro. Decidimos que mi amigo cuidara el vehículo mientras yo buscaba el agua.

Me disponía a hacerlo cuando vimos las luces de una camioneta de la Policía Nacional. Aquello debió ser motivo para sentirnos aliviados. Era la institución encargada de proteger la ciudadanía la que se acercaba. Pero en verdad no dejamos de preocuparnos. Son tantas las cosas negativas que pesan sobre ella que nos es difícil verla como aliada. Siempre nos invade el temor de que puede causarnos un daño igual o mayor que la delincuencia que dice combatir.

La patrulla, sin embargo, presentaba aspectos que permitían tenerle confianza. Un joven teniente, decente y educado, de apellido Sánchez, la comandaba. No se le notaba ánimo de dificultarnos las cosas ni de picotearnos, como habíamos creído inicialmente. Querían servirnos, ayudarnos. Con mucha amabilidad nos preguntó cómo podían hacerlo. Le dijimos de qué se trataba y de inmediato, uno de ellos, con mucha agilidad, se subió a la camioneta y trajo un pequeño tanque de agua suficiente para solucionar nuestro problema.

El mismo policía se ocupó de llenar el radiador mientras otro alumbraba con su potente linterna. Debo confesarlo, para nosotros aquella conducta exhibida por esa patrulla fue una sorpresa agradable. Era estimulante ver en los hechos que no todo en la Policía era degradación. En ningún momento nos abandonaron y sólo cuando comprobamos que podíamos seguir sin tropiezos se marcharon. Fue la primera vez, puedo asegurarlo, que frente a agentes policiales me sentí protegido y no preocupado.

Antes de marcharse hablamos breves minutos con el teniente Sánchez, lo suficiente para saber que no sólo se trataba de un oficial decente, educado y preparado, sino también imbuido por un deseo de servir a su país. Al expresarle nuestro profundo agradecimiento, nos dijo con cierta amargura que ese es el papel de la Policía Nacional: ayudar y proteger la ciudadanía. Al despedirnos agregó que en la República Dominicana llegará el día en que la Policía, producto de un trabajo tesonero y eficiente, sea vista por el pueblo como una institución al servicio de la ciudadanía y no como un nido de delincuentes.

Ví en esas palabras una sinceridad interior propia del que habla convencido de lo que dice. Sé, como tal vez lo sepa el teniente Sánchez, que se está trabajando en esa dirección. Naturalmente es largo el camino que debemos recorrer. Al otro día, con satisfacción leí la noticia de que dentro de tres o cuatro años todos los policías serán bachilleres. Que así sea.

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