¡Mea culpa!

¡Mea culpa!

LEO BEATO
Por qué no te tranzas con el Jefe?- le pregunté.
– Porque es un dictador y un tirano- me contestó sin mirarme.
Se rumoraba que una comisión de la OEA iba a visitar al pais para verificar el estado de los prisioneros políticos, y él se había hecho famoso en La Victoria porque a la hora del Angelus rezaba en voz alta el Santo Rosario para que todos lo escucharan desde sus celdas.

El problema era que al final de la última Ave Maria siempre vociferaba: «¡Abajo el tirano!» Y ésto le granjeó la muerte.

–¿Por qué no desistes de tu empeño?– le había dicho Juan Lopez Pedraz, S.J., a la sazón rector del Seminario Santo Tomas de Aquino, donde él era alumno del cuarto año.

El cura hasta cierto punto tenía la razón, porque el muchacho no había tirado ni una sóla piedra. Su anti-trujillismo era más significativo que real, porque desde el seminario solamente se podía hablar durante los recreos y no se podía hacer nada para tumbar al tirano. Sin embargo, su animadversión era visceral, definitiva. Recuerdo que en una ocasión en que conversábamos con el Padre Salvador Freixedo, expulsado de la Cuba batistiana por haber escrito un libro donde documentada cuarenta casos de injusticia social en la isla, Papilín le hizo una pregunta nefasta: ¿Cuánto tiempo nos tomarà tumbar a Trujillo? Yo comencé a toser como un tísico y me excusé por razones de salud pero jamàs me olvidaré de la pregunta porque en aquellas circunstancias hacer ese tipo de pregunta, aún ensotanados como nos encontràbamos, equivalía a una sentencia de muerte. Como había hecho Pipe Faxas en una ocasión en que nos visitó en el seminario, Papilín Peña trató de reclutarnos a su causa sin darnos ningún detalle. Años después nos enteramos que ambos formaban parte del «Complot develado», que de develado solamente tenía el nombre porque el SIM lo había penetrado desde el principio.

Papilín pensaba que la caida del tirano era inminente y solamente se equivocó por dos meses. Su muerte fue la muerte mas tonta que ojos humanos hayan visto porque jamás empuñó un arma al menos que no fuera la de su propia boca y la del poder del Santo Rosario a la hora del Angelus, cuando el sol se cernía sobre esta isla-carcel. Cuando su madre se le acercó a Trujillo (durante la última visita de éste a La Romana), consciente del respeto que éste supuestamente le tenia al poder de las madres, el hombre se paró en seco y acerco su oido al susurro materno. Alguien que se encontraba presente me contó que la respuesta fue la siguiente: «Lo siento, ese está ya muerto por bocón». Esto confirma una vez mas que la única arma con que contaba Papilin Peña era su boca.

Somos un pueblo desmemoriado, sobre todo en estos días aciagos en que se está tratando de rescatar del pasado el aspecto positivo del hombre de San Cristóbal. Estoy totalmente de acuerdo con el ingeniero Leandro Guzmàn, víctima triple de aquel genocidio y quien reclutó a Papilin Peña en su día. Ante Dios afirmo lo siguiente: todos somos culpables.

Mea culpa, culpa culpa, mea maxima culpa.

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