Mecedoras frente al parque de Monte Plata

Mecedoras frente al parque de Monte Plata

POR MARIVELL CONTRERAS
Monte Plata tiene un lindo parque. Un parque que empezó siendo una modesta iniciativa de la juventud de finales de los 20´s y que ahora luce una arquitectura moderna, un parque de glorieta y bancos de calizas piedras.

Atrás quedaron los días en que Luis Arturo y las muchachas Dolores, Reminí, Petrona cargaban las piedras de ese primer y sudado parque Unión.

Han pasado tantos años desde entonces que ya todos sus ojos se cerraron Ya no están sus mecedoras frente al parque.

No está Miguel Genao y doña Dolores (amigables y conversadores), no está Juancito Guzmán (como sombra guardiana) Petrona no mira desde la ventana con su puerta cerrada. Ya no están Morito ni doña Enedina, pero ahí sigue Plinio sin doña Isabel (Castillo)

Lépido se fue dejando intacta su casa en manos de doña Milagros -como testimonio de que no todo ha cambiado-, aunque ya no se hacen largas filas frente a la Cruzada del Amor que en nombre de Doña Emma Balaguer dirigían doña María y Don Salvador ahora allí está nuevamente “La barra de Tita”, pero sin Tita.

Pocos recordarán que donde hoy “El cielo (bar)” estuvo doña Eudocia mirando serenamente cómo se le iba la vida. Y recordamos a don Remigio -el de doña Teté- que si hubiera estado vivo aún, la nueva iglesia, no le permitiría avanzar la mirada hasta la juventud que se sienta alrededor del parque, pero sin dar las vueltas que era el único paseo y vitrina de la entonces pequeña ciudad.

Muy pocos conocen que en este parque hubo un rostro de Trujillo ni que una mano solitaria y protestante una noche le quitó su omnipresencia y el Jefe nos quitó en venganza, la prestante denominación de provincia para convertimos en común Monte Plata.

Han cambiado bancos, piedra, hierro, granito… han muerto los pinos, sustituido los árboles y sus formas, las flores y sus colores, pero el espíritu de Monte Plata, sigue ahí, con otros rostros y nombres, con las mismas casas (hechas negocios, oficinas, bares y colmados) y el mismo sueño dando desorientadas vueltas, locas vueltas y desenfadadas vueltas.

Cuatrocientos años después, los monteplateneses seguimos marcados por esa ansiedad que trajeron los devastados de Ozorio en el 1605, es como si siempre estuviéramos de paso. Y, sin embargo, queremos, cada vez que volvemos, encontrar en esta tierra nuestro hogar y nuestro sentido.

No importa cuántos se hayan ido -sobre ellos- y en su memoria construimos nuestra iglesia, que era la suya; nuestro parque, que era el suyo; y nuestra vida, una consecuencia de la de ellos.

Porque nosotros -ni nadie- puede ser, en toda su dimensión, si otros no fueron antes.

En mis pupilas, cuando se detienen ante este hermoso paisaje que retiene el cielo en el centro del parque de Monte Plata, sonríen confiadas todas las miradas que se fueron porque nosotros y su obra continuamos…

www.marivellcontreras.com

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