Médar Serrata o el rapsoda de la  destrucción

Médar Serrata o el rapsoda de la  destrucción

POR PLINIO CHAHÍN
Si la destrucción es el extravío de la certidumbre, es también, y, por ello mismo, una suerte de libertad (no está ligada a nada) y de disponibilidad; a partir de ella se puede llegar a lo desconocido, pero igualmente, al riesgo de lo inédito, de la invención. La destrucción opera así como dinámica irónica y poética del texto.

Esta visión convierte el desarraigo en creación. Desde esta perspectiva, la angustia también se transfigura. No se trata de un simple desgarramiento, sino de una participación absoluta en el caos.

En otras palabras, la vida se convierte en la búsqueda de un nuevo destino.

En Rapsodia para tontos, de Médar Serrata (1964), poeta dominicano radicado en Austin, Texas, el riesgo de la errancia y la caída parecen identificarse con el trabajo obsesivo del lenguaje. Esta trama implica una rebelión profunda, no sólo contra la historia o el destino, sino, también contra la poesía misma. En efecto, quizá lo esencial y dramático de Rapsodia para tontos sea la crítica al texto mismo, y, por tanto, al propio lenguaje. Ya no se trata de articular o de construir al poema de un modo distinto, estético; de lo que se trata es de cambiarlo, de crear otro. Este lenguaje ha de ser “mágico”: encarnar al mundo, exorcizar la fatalidad (“Quizás permaneciendo es como se destruye, p. 19).

Así se comprende que, en esta poesía, el desasimiento no implique un abandono del mundo, mucho menos la renuncia a él. Es a la par un estar y un no estar, vale decir, un no estar en lo que se está, o al revés.

No es un juego de palabra, sino la experiencia misma.

Si damos por supuesto que el poder de “caer” radica en la fragilidad de la mediación que opera entre el poeta y el mundo, en su idea sobre el infinito, a partir de su propio escepticismo, quien escribe se plantea, entonces, la cuestión del saber como un destino fatal.

Es el prefacio de su libro, Médar nos advierte sobre el material destructivo que puede significar la poesía, como substrato obsesivo de la vida (p. 9). De manera que el riesgo de la caída parece, en última instancia, identificarse con el riesgo del lenguaje: de la transfiguración de éste depende el que esa caída se convierta en una experiencia liberadora.

En gran medida, esta poesía no es más que la búsqueda de ese “modo” en que la palabra se vuelve capaz de transgredir la escritura del texto que nos rige. Pero transgredir no significa aquí sino restablecimiento de un orden perdido. Así, lo que intenta esa transgresión es hallar en un espacio de agonía fugaz, la relación entre el nombre y lo nombrado. Esa simple relación traerá consigo una nueva fundación del mundo y, por tanto, la conquista verbal de la realidad. ¿O será al revés? ¿Será, más bien, o, simultáneamente, la conquista de la palabra desde el mundo? Así como no podría recobrar su unidad sino en la del universo, también el lenguaje —dice Serrata— no recobraría su poder sino en el justo cuadrante de su destrucción (p.36). Para decirlo de manera más directa: el lenguaje del hombre tiene que ser igualmente el lenguaje del universo. Empresa simple y desmesurada a un tiempo. Es un lenguaje que nos recuerda a las Elegías Duinesas de Rilke y La Hilandera y El cementerio marino de Paul Válery. La íntertextualidad y el ascetismo se convierten en un enfrentamiento con la historia y en una participación del tiempo perdido, vislumbrado como una nueva (otra vez nueva) utopía de la palabra.

La obra de Médar Serrata, desde Las piedras del ábaco hasta Rapsodia para tontos, nace de su descolocación en un mundo que no siente suyo, pero en el que, sin remedio, tiene que vivir.

“Sin amor ni desprecio sin tristezas/No hay ya tristezas/queda sólo el goce de ese ardido espacio/donde nuestras dichas ahogadas desfallecen/Queda sólo el ansia la ciudad a oscuras/ovillada en tu interior como un enfermo/el instante en que Dios ve caer a un hombre y se avergüenza/ -en sus manos aún residuos de un barro/ tembloroso/todo el color del mundo” (p.35).

De acuerdo con estos versos, el desasimiento ontológico no resulta tan radical y parece más bien una intensificación de la idea del absurdo como contingencia perdida de la vida, que Médar Serrata ha venido trabajando desde su primer libro, Las piedras del ábaco, publicado en el año 1986.

Es obvio, entonces, que el ámbito de esta poesía es el desasimiento del ser. Es el reverso y no el anverso de ser lo que fascina a Médar Serrata, y aún lo abisma. Lo fascina, aunque lo abisme, y quizá por ello mismo, una vocación de goce vacante dispuesto a encarnar en algo pero sin antes desencarnarlo, pues “…todo rueda en nuestro ser hasta esa orilla/donde el caos las cercanas aguas/el dolor nos muestra…/ dulce abismo al que debemos acercarnos/cautelosos/para ofrendar” nuestras libaciones y salvarnos (p.31). Desde luego, el poeta, no deja de agregar que sea el gozo lo que nos “salva”. Nos salva no porque nos otorgue un privilegio o una posesión, sino porque nos confiere un saber: justamente no la de no aspirar a ninguna posesión; cuando más comprender la horrible trama del mundo. Si el desasimiento puede conducir a una plenitud es la de aceptar que no existe una plenitud.

Nadie “es” por el hecho de estar en el mundo, así como nadie está en el mundo por el hecho de querer ser. Aún Médar Serrata lo dice de manera más memorable: “ardiendo todo su ser tras las líneas/ de un secreto dolor que sólo yo percibo” (p.30). Lo que parece postular, pues, es que el camino hacia el ser puede invertirse: no es un avance sino un regreso, no un camino sino un descamino. “Pronto también he de perderme entre los otros/acataré sus leyes/y mentiré al decir que mi dolor es horrendo” (p.41). Consiste “simplemente” en eso y, además, lo dice con toda “simplicidad”: quizá ello nos advierte que es el camino más difícil; por eso la lucidez rechaza el dramatismo. De ahí que no se trata de una simple nostalgia: la de querer existir para despojarse de la condición de no existir, la de querer ser para querer escapar del hecho de no ser. O es más bien una nostalgia ontológica que no se apoya en la ilusión sino en la lucidez: sólo se puede ser sin olvidar que no se es, sólo se puede existir sin olvidar que no se existe.

Esta es la verdadera realidad del poema que canta este rapsoda dominicano: una realidad deseante que no logra su centro.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas