Medellín: La paz, un gran poema

Medellín: La paz, un gran poema

Vasto jardín de suaves lomas y casitas  con galerías donde revientan las flores.  Mezcla de Jarabacoa y Santiago, donde las cercas se construyen con gigantescas y multicolores variedades de la begonia, Medellín se dio tristemente a conocer en los 70 y 80 por ser una de las ciudades más violentas del mundo.  “Capital” del narcotráfico, lo fue también de las fuerzas paramilitares, cementerio donde cada año podían morir miles de personas.

Sede del  Premio Nobel Alternativo Festival Mundial de la Poesía, organizado por el poeta Fernando Rendon, los escritores que arribamos al 18avo.

Festival lo hicimos con un propósito:  testimoniar nuestra solidaridad con un movimiento que ha sabido anteponer la poesía a la violencia; le ha devuelto a la ciudad la belleza de sus orígenes (por eso es un evento que siempre ha sido auspiciado por la Alcaldía, conjuntamente con la Fundación Prometeo), y sobretodo la esperanza de que otra Colombia es posible, de que verso a verso se puede construir la paz.

Lo que ninguno podía imaginarse es lo que ha llegado a significar la poesía en Medellín, donde cinco mil personas se dieron cita en el acto inaugural, casi con un fervor religioso, para escuchar a poetas de Suiza, Nigeria, Tayikistán, Kenia, Alemania, Cuba, Ruanda, Vietnam, Brasil, Malawi, Francia, Estados Unidos, Palestina, Afganistán, España y Tailandia. 

El programa se extendió luego, con todos los y las poetas (éramos 65) a los barrios, asentamientos, bibliotecas,  museos, casas de cultura, plazoletas, universidades, cárceles de máxima seguridad, escuelas de profesores, teatros, plazoletas, y universidades y municipios de Medellín y otras ciudades.

Confieso que cuando nos presentamos en el Teatro Lido, con poetas de Panamá, Bogotá, El Salvador y Bolivia, y vi una fila que le daba la vuelta a la cuadra, pensé que debía haber algún estreno cinematográfico.  Lo mismo sucedió en el Municipio de Itagui, zona textilera donde creí que un lunes, a las seis de la tarde, la Biblioteca estaría vacía, para encontrarme con 500 personas disciplinadamente esperándonos.   Empero, si esto nos sorprendía mucho más nos asombraron las lecturas a las cinco y media de la mañana frente a los obreros de la refinería de petróleo de Barrancabermeja, y a los obreros desempleados en busca de la jornada del día, a las siete de la mañana. ¿Cuándo se nos ha ocurrido a nosotros leer  poesía en las zonas francas? ¿En el horario de los trabajadores y trabajadoras?

Era como si estuviésemos celebrando un “7 Días con el Pueblo” cada día, en una ciudad donde de tanto decirse el poema es ya tradición, una manifestación de masas.

El poeta Manuel García Verdecia, de Holguín, parecía resumirnos frente aquella multitud de vivos y muertos a la espera de una visa para un sueño:

“Ah mis muertos amados

¿Para qué quieren paz si están demasiado vivos?

Vengan a mí siempre

Vengan, vengan déjenme estas voces

Que yo las haga canción sueño vida!”

Y el poeta Federico Díaz Granados, de Colombia, cuando recitaba, a dos voces con su padre, José Luis Díaz Granados….

“Y no queda sino mirar hacia arriba

Donde brilla esa luz que canta su eternidad, Esa luz que padecemos en el corazón. Y que nos hace sostener junto a los Ángeles El mundo”.

El mundo las calles del pueblo, que en la voz del poeta egipcio Ashraf Amer, “mueren en las carreteras, o solas en las aceras”.

Un mundo, donde el  poeta bogotano José Zuleta ha visto a los jóvenes “abatidos bajo la sabana de alguna vecina…

La huida sin pausa concluida

La veloz furia sosegada

Los tatuajes y las cicatrices

Medallerias de la breve carrera,

Serenos al fin, placidos, cubiertos

Por el sudario del silencio… He visto a los muchachos en la paz del pavimento”.

Y el siempre callado, el siempre tranquilo, poeta boliviano Benjamín Chávez, afirma:

Que  “más allá de estas paredes

En certero lápiz

(Dios)  ha trazado la geometría del mundo”.

Y había llegado la hora de despedirnos, y nadie se quería despedir porque nos habíamos quedado en el testimonio de la Ruandesa que perdió al marido, los tres hijos, los tres hermanos; en la increíble delicadeza de las poetas asiáticas; la avasallante fuerza de la poesía africana; el dominio del oficio de los poetas cubanos; la sensualidad de las poetas de México y Venezuela;  los fríos experimentos nórdicos; la vital poesía colombiana; la femenina voz de las islas.

Pasaron siete días que fueron un instante en el cariño, en la risa, en el retomar fuerzas en ese vasto hospital para poetas descorazonados que es también Medellín.

¿Cuándo nos reencontraremos? Quizás cuando en dominicana el cese de  la violencia en nuestros barrios también se convierta en un poema colectivo, blanca bandera de una paz que aún no ondea.

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