Medellín y el Pacto de las Catacumbas

Medellín y el Pacto de las Catacumbas

El concepto de “Iglesia de los pobres”, planteado por Juan XXIII,encontró eco en un grupo importante de obispos y teólogos asesores participantes en el Concilio Vaticano II y provenientes de diferentes partes del mundo incluida América Latina. Esto motivó a que en el período de la primera sesión del mismo, en octubre de 1962, estos se constituyeran en una especie de grupo informal de reflexión (Bidegain, 2018, p. 23). Como parte de esta dinámica, en noviembre de 1965 se reunieron alrededor de cuarenta obispos, muchos latinoamericanos, a celebrar la eucaristía en las Catacumbas de santa Domitila y al final se firmó un documento en el que estos se comprometían a asumir una vida sencilla, animada por la pobreza evangélica y el compromiso con los más pobres al volver a sus responsabilidades pastorales en sus respectivos países. El documento, que fue firmado luego por alrededor de 500 obispos, es conocido como “Pacto de las Catacumbas” en razón del lugar de la firma del mismo, (Beozzo, 2015) y en ellos obispos resumieron en trece incisos los compromisos que asumían al regresar a sus diócesis. Como pequeña muestra transcribimos algunos de ellos:
“Nosotros, obispos, reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra vida de pobreza según el Evangelio…en una iniciativa en que cada uno quisiera evitar la excepcionalidad y la presunción…contando sobre todo con la gracia y la fuerza de Nuestro Señor Jesucristo, con la oración de los fieles y de los sacerdotes…con humildad y con conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo siguiente:
1.- Procuraremos vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que concierne a casa, alimentación, medios de locomoción y a todo lo que de ahí se sigue.
2.- Renunciamos para siempre a la apariencia y a la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir (tejidos ricos, colores llamativos, insignias de material precioso). Estos signos deben ser ciertamente evangélicos: ni oro ni plata.
8.- Daremos todo lo que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al servicio apostólico y pastoral de las personas y grupos trabajadores y económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y los trabajadores compartiendo la vida y el trabajo.
10.- Haremos todo lo posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios públicos decidan y pongan en práctica las leyes, las estructuras y las instituciones sociales necesarias a la justicia, a la igualdad y al desarrollo armónico y total de todo el hombre y todos los hombres, y así, al advenimiento de otro orden social, nuevo, digno de los hijos del hombre y de los hijos de Dios.
Que Dios nos ayude a ser fieles. (Boff, Leonardo, Koinonía, 2014-07-08).
Este “Pacto” testimonia la existencia de un proceso de efervescencia espiritual renovadora en el ánimo de los obispos firmantes que se expresará pocos años más tarde, en el caso de América Latina, en la convocatoria de la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Medellín, Colombia, evento que incidió de manera fundamental en la conformación del perfil de la Iglesia Latinoamericana, su pastoral, su espiritualidad y su teología. Es esto lo que rememoramos ahora con alegría y con la esperanza de que esas intuiciones fundantes se sigan recreando de manera novedosa en el caminar de la Iglesia en estos tiempos turbulentos y desafiantes.

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