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Por Ángela peña

 Adiós al Yody

El Instituto Yody cerrará sus puertas cuando concluya el presente año escolar. La noticia corre por la red electrónica con mensajes cargados de nostalgia. En programas de radio y televisión se comenta con melancolía la inminente desaparición de ese centro que forjó tantas generaciones de bachilleres con una formación especial, diferente. El egresado del Instituto Yody tiene sentimientos y comportamientos que lo distinguen.

 

Los esposos Yolanda Batista de Santos y José Santos, el querido “Don Cuco”, que se fue de la vida hace unos años, expandieron este proyecto que nació en la avenida Abraham Lincoln esquina Sarasota y lo convirtieron en el primero de educación integral en Santo Domingo. No sólo fue un necesario alivio para los padres que trabajaban, por su horario corrido hasta las cinco de la tarde, sino porque allí los hijos tuvieron un segundo hogar que iba más allá de la escolaridad y del almuerzo.

 

Aprendieron deportes, idiomas, informática, etiqueta y protocolo, teatro, pintura, bailes folklóricos y estilizados. Allí hacían sus tareas, honraban fechas patrias, participaban de viajes y recorridos educativos, escenificaban presentaciones artísticas en los más exquisitos auditorios, recibían reconocimientos en concursos de categoría internacional, triunfaban en torneos extraescolares porque el Yody se ocupaba de sacar a flote las mejores aptitudes de sus muchachos y muchachas.

 

Papá y mamá recibían en las tardes a sus pequeños y adolescentes cansados del intenso estudio, de las horas de juego y socialización, de las mochilas repletas de cuadernos y libros, con las loncheras consumidas y el reporte de que comieron “bien”, “poco”, “regular”, “mucho”, “normal”, “nada”. Venían al seno familiar henchidos de nuevos conocimientos, agotados del ensayo o la actuación, reverentes, respetuosos, entusiasmados con un futuro paseo, sabios, capaces de entablar una discusión o hacer un análisis de la situación, ya en secundaria, porque una de las principales virtudes del Yody fue hacerlos críticos, participativos, solidarios, responsables, honestos, profesionales incansables en la búsqueda de nuevos aprendizajes.

 

El Yody, que debe su nombre a una pequeña que así pronunciaba el apodo cariñoso de “Mamá Yoly”, la abnegada fundadora y directora, deja como legado esas promociones a cuya excepcional conducta contribuyeron don Cuco y doña Yolanda, sus hijos José Rafael, Yolandina, Rita, Pedro, Alejandro, Eduardo, Teresita, Karina y un sinnúmero de profesores, psicólogos, orientadores, secretarias, que se hicieron parte de la familia por el encuentro diario, las reuniones, las visitas.
Ellos fueron segundos tutores, como “Ginda”, la paciente maestra de “kinder”, Ana Teresa, Juan Colón, Enrique Cabrera, Iris Jerónimo, Ilonka Julio, Pedro Domínguez, José Manuel Peña, “el profesor Pons”, Servio Tulio Castaños, Juan Colón, Milena Escobosa, Milena Malena, la inolvidable secretaria Maggy Hidalgo, hoy brillante profesional y funcionaria, los reconocidos actores Iván García y Víctor Checo, las destacadas orientadoras Martha Beato y Ana Tholenar, las admirables Alejandrina Germán y Fior Olivares, coordinadoras insuperables, Magaly Brugal, la bailarina Miriam Bello, entre otros miembros de ese singular personal del que eran parte, también, los leales Octaviano y Papatón, chóferes.

 

Muchas familias extrañarán esa segunda casa inmensa, cotidiana, acogedora, que fue para sus hijos el Instituto Yody, y todos esos abnegados segundos padres que fueron doña Yolanda, don Cuco, sus hijos, maestros, secretarias, coordinadores, conductores, conserjes y guardianes. Hasta “Mantequilla”, aquel sencillo portero que vigilaba las travesuras infantiles, quedará en el recuerdo de tantos padres agradecidos del Yody, que pronto será sólo añoranza, evocación, de los más hermosos años de nuestros hijos.      

 

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