ÁNGELA PEÑA
Estados Unidos y los dominicanos
El doctor Nelson Castillo no es un asiduo de los círculos históricos ni es miembro, hasta donde es sabido, de ninguna de esas instituciones que agrupan a estudiosos del acontecer. Sin embargo, su más reciente obra publicada, Presencia de los Estados Unidos en la República Dominicana, Desde 1844 al 2005, es un ejemplo para muchos cronistas del pasado, algunos considerados autorizados en esa materia, que no investigan ni profundizan en documentos escritos y testimonios orales para escribir sus textos. Salvando caprichos de estilo y pequeñeces de forma, el libro no tiene precedentes en cuanto al tema, que ha sido tratado, pero no con exclusividad, como lo hizo Castillo, quien prolongó su trabajo de injerencias, negociaciones, amarres, condicionamientos, cabildeos, sumisión, obediencia y entrega hasta el mandato de Hipólito Mejía, lo cual también es una novedad, demostrando, gobierno tras gobierno, la tradicional dependencia de los políticos criollos de esa potencia. Siempre apoyados en garantizar la paz y la prosperidad del país, el médico demuestra, con datos, que los norteamericanos, cuando no los mandan a buscar, vienen.
Quizá desde los tiempos de Trujillo ningún Presidente dominicano había establecido unas relaciones personales tan estrechas como las que mantuvo el embajador Hans Hertell con Hipólito Mejía, dice el cardiólogo. Afirma que para el Departamento de Estado, el ascenso de Mejía constituyó un respiro, ya que las relaciones con el gobierno saliente de Leonel Fernández no fueron las mejores porque el PLD, a su juicio, se amparaba políticamente en una posición antiimperialista. Además, agrega, al llegar Fernández al poder, en 1996, esa influencia de izquierda produjo sus efectos y de inmediato comenzaron unas relaciones muy estrechas con el Gobierno de Fidel Castro… Fernández fue a La Habana y leyó un discurso considerándolo un líder excepcional….
Al analizar la administración de Mejía asegura que éste, desde que tomó el mando, se presentó como un aliado incondicional de los norteamericanos y en uno de sus chistes llegó a declararse lacayo del imperialismo norteamericano. Añade que la política de alianza de Mejía con Estados Unidos lo llevó a condenar a Cuba en Ginebra por violación a los derechos humanos, apoyando la guerra contra Irak y enviando allí tropas del ejército dominicano. Como podemos ver, los norteamericanos hacía mucho tiempo que no se sentían tan a gusto y complacidos como en este Gobierno de Hipólito. Bush le invitó especialmente a la Casa Blanca en su condición de aliado y en agradecimiento y reconocimiento a su solidaridad…, manifiesta. Mejía perdió ese apoyo por la crisis bancaria, aduce, y no lo pudo recuperar, señala, pues luego de que pretendieron ayudarlo remitiéndolo al FMI, cometió el error de hacer a espaldas de éste operaciones desacertadas. Cayó en desgracia con el poder norteamericano que no lo consideraba confiable, comenta, cuestionando los asesores del gobernante, los amigos a conveniencia, los dráculas que lo rodearon. Califica a su equipo económico de muy malo.
El acucioso médico hace perfiles psicológicos de hombres públicos, cuenta cómo y por qué llegaron al poder, examina debilidades humanas, explica enfermedades, limitaciones, desventajas sociales, de color, de origen. En 569 páginas desfilan, además, Joaquín Balaguer, Trujillo, Peña Gómez, Jorge Blanco, Antonio Guzmán, Majluta, Donald Read, Tapia Espinal, Manuel Tavares, Bonnelly, Tavárez Justo, Ramfis, López Molina, Miolán, Rodríguez Echavarría, el padre Láutico, Wessin, Caamaño, Lachapelle, Monte Arache, Benoit, todos los actores y protagonistas de la historia política nacional ligados, evidentemente, a embajadores, agentes de la CIA, flotas militares, marines, nuncios de Roma, curas locales… La impresión, de gran calidad, fue realizada por Editora Manatí.