MEDIA NARANJA

MEDIA NARANJA

Los aumentos de precio de todo lo que el ser humano necesita para estar vivo son el plato obligado de las conversaciones. El dominicano está escandalizado, muriendo de hambre porque no gana para comprar la comida en este país “eminentemente agrícola” donde un guineito maduro vale cinco pesos y los tomates y ajíes están a cinco por casi cien. El habitante de esta desafortunada tierra está al borde de la tumba pues el escaso salario no es suficiente para adquirir medicamentos de uso diario. Se siente con un pie en el más allá por la angustia y la impotencia que se apoderan de su psiquis cuando va al colmado, la farmacia, el supermercado, el triciclo, el ventorrillo y encuentra que todo está por las nubes. Anda agotado, rendido, sin fuerzas por las largas caminatas para economizar una gasolina tremendamente cara. Aburrido por el sufrimiento de los intensos apagones.

Ya no hay resignación posible. El criollo perdió la esperanza, la salud, la paz, la alegría, el deseo de vivir. Los que llenan las tiendas deben ser compañeros del PRD bien empleados, porque los que no pertenecen a esa facción, o lo son pero no fueron premiados con un carguito, no tienen medios económicos ni razones emocionales para ir de tiendas, mucho menos para celebrar con júbilo estas santas fiestas.

El doctor Rafael Abinader declaró con sabiduría en un programa de humor que la mayoría de los dominicanos no protestaba porque son del PRD y están en el poder. Podrían no ser la generalidad pero la misma explicación se puede aplicar a los que supuestamente andan entre bonches y derroches pascuales, porque aquí las masas lucen cabizbajas, derrotadas, desanimadas, a un tris de la locura.

Pocos pusieron arbolitos y adornos navideños. La música propia de estos días apenas la colocan en las emisoras y el que la escucha apaga el radio o cambia de estación, si es que hay luz. Muchísimas empresas redujeron sus premios, rifas y regalos y han sido altamente austeros, casi frugales, en sus menús tradicionales que este año no contaron con sus variedades de arroces, ensaladas, carnes, entradas, aperitivos, postres. Más que el apetito, algunos buffets despertaban compasión por la soledad del puerquito asado.

Los brindis de bebidas, que en otros tiempos eran repetidos y espléndidamente ofrecidos, se suspendieron con el llamado a sentarse a la mesa, y después de consumido el escaso manjar, todos salieron disparados a completar el estómago con comida casera o un picapollo, esperando, con evidente escepticismo, un año nuevo más próspero.

La República no había tenido unas Navidades más precarias en muchos años. La sonrisa grabada del viejo Santa deberían eliminarla porque, tal es el malestar colectivo, que casi todos piensan que el popular gordo del Norte, con su estruendosa socarrona carcajada parece burlarse de la desgracia que nos embarga cuando nos abruma con su “¡Feliz Navidad, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja. !”.

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