Media naranja
Acomplejados encubiertos

Media naranja <BR><STRONG>Acomplejados encubiertos</STRONG>

ÁNGELA PEÑA
Cuando todo lo que tiene que decir o escribir un ser humano son sólo diatribas, infamias, calumnias, intrigas, chismes, difamaciones y murmuraciones de los demás, necesariamente hay que concluir que se está frente a una personalidad desquiciada, desbordante de complejos, marcada por alguna decepción, desplante, rechazo o desprecio de su infeliz pasado.

Como son prácticamente anónimos, uno concluye que se trata de alguien que así como tiene de fea el alma, tiene cara y cuerpo. Lo debe atormentar una baja estatura, una limitación o un defecto físico que no se ha empeñado en corregir, un pestilente aroma que ningún desodorante aplaca o una halitosis que noquea, más poderosa que todos los dentífricos y enjuagues bucales existentes en el mercado. O quién sabe si tal vez su conciencia la remuerda el uso indebido de unos fondos ajenos o la inesperada infidelidad de una compañera que creía segura y que le fue alevosamente conquistada por un compañero de su extrema confianza al que creía su amigo.

El hombre o la mujer cuyos temas invariables de conversación están basados en desacreditar al prójimo, son inseguros de personalidad, poseen debilidades y pasados dudosos que temen les sean descubiertos y pretenden atraer sacando al sol supuestos trapos sucios de los demás para desviar la atención de los suyos, como la ineptitud, la falta de conocimiento, la ausencia de preparación escolar y la carencia de formación de hogar.

Muchos de estos enanos que piensan que escandalizan con sus mentiras e inventos que nadie cree, tienen espacios en medios escritos, se han colado en los grandes buscadores de Internet y hasta se han diligenciado espacios en la radio donde tienen cabida porque en este país ese es un medio sin ninguna regulación que escapó del control de las autoridades desde que un presidente de una de esas comisiones mandó a clausurar un programa y el gobernante de turno ordenó su reapertura.

Pero volviendo a los maestros en el arte de denigrar hay que decir que algunos son fantasmas, clandestinos, subrepticios, ocultos, encubiertos, aparentemente invisibles, nadie los puede identificar nada más que por sus nombres pues, si alguna vez han salido a la luz, será disfrazados o camuflados para que una turba de sus víctimas no los aplaste por sus injurias o para que nadie se percate de su naturaleza corporal monstruosa. Todos saben que existen. Tienen nombres, apellidos, apodos, pero no se exponen. Están enclaustrados maquinando acumulos y embustes sobre personas muy serias, de tan buen crédito en la sociedad que tal vez también eso es parte de sus ataques infundados y perniciosos: tienen envidia porque a ellos, que se han pasado la vida creando farsas, nadie les cree ni hace caso aunque se sientan líderes de su claque de habladores. Sus textos que nunca han sido revelaciones, son tomados como paquitos de humor, sus “análisis” nadie  los pondera. Son personas a las que la comunidad hace tiempo considera inexistentes.

Es una pena que existiendo tantos centros de rehabilitación física, de cirugía reconstructiva, de tratamientos para enajenados mentales y modificación de la conducta, estos desventajados terrícolas se sientan tan desafortunados y no acudan en busca de ayuda para que no descarguen todos sus mal habidos manejos del ayer, todos sus resentimientos, frustraciones y vergüenzas, fraguando acusaciones engañosas, improvisando defectos en gente que es noble, seria, honesta, inteligente, talentosa, buena, cuerda y, por demás, bella, de cuerpo y de espíritu.

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