Media naranja
Dos polÍcías muy arbitrarios

Media naranja <BR><STRONG>Dos polÍcías muy arbitrarios</STRONG>

ÁNGELA PEÑA
Todavía los padres de tres jóvenes arbitrariamente ultrajados y amenazados armas al cuello por dos agentes de la policía, el pasado miércoles, en la avenida Bolívar esquina Uruguay, no han recibido respuesta de este atropello que pudo degenerar en desgracia, a pesar de haberse querellado en la Institución, por lo que consideran un injustificado exceso de los uniformados.

Los dos chicos y la novia de uno de ellos acudieron a cenar, caminando, a un restaurante cercano a su residencia y cuando regresaban a sus hogares, cerca de la medianoche, los dos agentes los detuvieron antojadizamente, de forma poco civilizada, intimidante, conminándolos a entrar al patrullero en que se movilizaban, diciéndoles que iban presos, según refirieron familiares.

Sorprendidos, los muchachos tuvieron tiempo y valor para preguntar, pese al desafuero y a la prisa de sus verdugos, por qué los arrestaban si ellos no habían infringido ninguna ley ni cometido delito alguno. Mandarlos a callar soez y groseramente fue la respuesta. Con brusquedad, según versiones de transeúntes, vecinos, y del padre de uno de los detenidos, introducían a los varones al automóvil, y al clamor de la jovencita contestaron con mayor insolencia y arrogancia, cuentan.

El ambiente se caldeó entre los gritos de conocidos que intercedían por los adolescentes: “¡Déjenlos en paz, no los maltraten, esos muchachos son del sector! ¡Por Dios, no se los lleven, no les apunten, que son buenos muchachos, por aquí se les conoce y los quiere todo el mundo!, voceaban desde balcones y ventanas y hasta el chinero de la esquina, conmovido por lo que ya adquiría visos de tragedia, pedía clemencia, sin que los dos celosos “vigilantes del orden” se detuvieran en su inexplicable afán de llevárselos y dejar abandonada a la compañera.

Quiso Dios que pasara por el ya encendido lugar una patrulla de policías de mayor rango y que uno de los chicos lograra salir milagrosamente de la unidad móvil para llamar rápidamente a su padre e informarle en segundos lo que ocurría. Éste llegó en un santiamén, por la cercanía de la vivienda, alarmado y horrorizado por lo que presenciaron sus ojos: el hijo y su amigo blancos de la furia y de los fusiles de los dos gendarmes. A él tampoco le dieron explicaciones. El superior llamó a uno de sus colegas de menor rango, hablaron alejados del lugar del hecho y los violentos protagonistas se marcharon dejando libres, pero atónitas, a las víctimas de sus desafueros.

Es comprensible que las familias de los aturdidos jóvenes pasaran la noche en vela por la inquietud del sobresalto, embargados por la intriga de saber cuáles eran las intenciones de estos dos fervorosos miembros de la Institución que debe velar por la tranquilidad social. El padre que presenció la extralimitación policial, un reconocido cardiólogo, madrugó al día siguiente para depositar una querella en la Policía Nacional. Al hacer el relato de tan estremecedora experiencia se pregunta si de esa manera es que se pretende erradicar la creciente delincuencia que azota a los dominicanos y cuestiona, además, de qué lado están, realmente, los que son una verdadera amenaza para la convivencia pacífica.

Con relato tan atemorizante como éste, la desconfianza se apodera del ciudadano. ¿A quién se acude en busca de protección frente a un peligro inminente? Muchos factores, según la narración del médico, se conjugaron, por suerte, para que estos estudiantes universitarios no cayeran en uno de esos cotidianos “intercambios de disparos”. Dice una expresión popular que “Dios protege a los inocentes”.

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