Media naranja
El ejemplo de don Eduardo

Media naranja <BR><STRONG>El ejemplo de don Eduardo</STRONG>

 POR ÁNGELA PEÑA
La muerte de don Eduardo León Asensio no debería borrar el ejemplo de padre bueno, rígido y excelente al mismo tiempo, papel que le tocó desempeñar sin haber procreado, como tampoco debe olvidarse su entrega absoluta, total y permanente al trabajo, su espíritu visionario, emprendedor, la condición conciliadora, la responsabilidad con que honraba sus compromisos y ese temperamento especial que logró mantener unida a la familia para poder preservar y engrandecer un patrimonio que comenzó pequeño y que gracias a su singular carácter, a la obediencia, el respeto y la veneración que le profesaron sus hermanos, pudo expandirse y solidificarse.

Pese a pertenecer a la rancia oligarquía de Santiago, fue humilde y cálido con el obrero, los cosecheros, la numerosa servidumbre que le servía a él y a su dulce esposa doña Ana Tavares Grieser de León y el numeroso personal del Grupo al que conocía y llamaba por sus nombres y apellidos.

Era filósofo, pero no por lecturas ni estudios de ese género sino porque aprendió de su padre un caudal de máximas que puso en práctica y que fueron la clave de sus éxitos empresariales. Por ser el primogénito, poco antes de que muriera el progenitor, a los 49 años de edad, lo sentó junto a su lecho y le manifestó: “Mira, mi hijo, yo me voy a morir y quiero darte tres consejos”. Uno fue la manera de dividir el patrimonio. Luego le comentó: “el dinero no es más que el medio, no te creas que te hace mejor que nadie, trázate metas en la vida donde tú quieras llegar”, y le recordaba: “700 mil, 800 mil, hasta un millón, mi hijo, pero no te vuelvas esclavo del dinero”. Lo tercero fue encargarle velar por sus hermanos Guillermo, Fernando, María Rosa, Carmen, Clara, y por su madre, doña María.

De todos, don José fue su preferido y cuando se refería a esa predilección, los ojos se le inundaban de lágrimas. Un día me confió: “Mi relación con José es de hermano-hijo. José es el hijo que yo hubiera querido tener, me llevo muy bien con él, es más, a veces me excedo en regañarlo, en decirle cosas, pero después me doy cuenta que no es más que eso, que lo siento mi hijo. José estaba muy chiquito cuando murió papá, fue el último, tenía un año y pico”.

Tras el fallecimiento del fundador de La Aurora, ya “Eduardito”, que nació el 13 de octubre de 1919, había realizado estudios en la Academia Militar Green Brier, en West Virginia, y tenía licenciatura en administración de empresas, de la Universidad de Mc Gill, en Canadá, pero su tío Herminio León, que quedó al frente de la industria en 1937, lo colocó como barrendero de los almacenes, la fábrica y la oficina, porque consideraba que entrando desde abajo era como se podía apreciar lo difícil que resulta llegar.

Don Eduardo vivió momentos de altas y bajas, de tensiones y frustraciones con tantas responsabilidades sobre sus hombros. Pero él comentaba que el espíritu de don Eduardo León Jimenes lo ayudó a salir a flote. Entonces pudo disfrutar mejor la existencia y dedicarse a sus hobbies, casi todos inspirados en devolver el resultado de lo que sembraba y producía a los centros de atención a los pobres, como los huevos de sus gallinas, los exóticos vegetales, frutos y víveres. Era hortelano, jardinero, coleccionista de añejos vinos, cocinero exquisito.

La relación con sus hermanos fue especial. Conocía a cada uno como su hijo y sabía para lo que daban, así, supo asignarles la función que más sintonizaba con temperamentos, experiencias y gustos. Su historia es un ejemplo para las familias y para la sociedad dominicana que sus entristecidos deudos deberían, cuando disminuya el pesar por esta lamentable partida, dejar escrita como legado a su memoria edificante y digna.

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