Media naranja
El reinado del periódico impreso

Media naranja <BR><STRONG>El reinado del periódico impreso</STRONG>

POR ÁNGELA PEÑA
Están equivocados los que afirman que las publicaciones digitales desplazarán a los periódicos impresos. Ni siquiera les hacen competencia. Tal vez algún día, cuando los mayores de cuarenta años descansen en paz, el monitor será el compañero tempranero de los lectores ávidos de enterarse de lo que pasa en el país y  el resto del mundo. Si alguien se decide por hacer una encuesta, verá que esa edición cargada de letras y diseños, abundante en opiniones, informaciones, clasificados, obituarios, humor, sociales, sigue siendo preferida en el gusto de los que desean mantenerse al día aunque se entinten las manos, y las secciones ocupen un considerable espacio de su entorno.

Además, la mayoría de los dominicanos con edades inferiores a la citada, no lee periódicos, ni en Internet ni en papel. No le interesa. Ni siquiera le atraen los muñequitos. Se meten en la red electrónica o compran el diario de molde cuando quieren vender o comprar un carro, electrodomésticos, muebles o negociar una vivienda. Si está enterado de algún caso trascendente, es porque se lo contaron o lo vio por la tele.

El verdadero lector de periódicos lo disfruta en físico, saborea su contenido sentado en cierta área del baño o mientras consume el desayuno, cuando se transporta al trabajo si usa guagua o carro público, o en el asiento trasero de su vehículo privado si tiene chofer. Lo toma o lo deja. Lo lee fresquecito o lo reserva para la noche con el fin de disfrutarlo en tranquilidad y asimilarlo con la mente despejada. Por otro lado, la población nacional que tiene acceso a Internet es mínima. Así como hay octogenarios admirables que no se despegan del ordenador, hay cincuentones que no quieren que les hablen de computadoras.

Por eso los dueños de periódicos no deben descuidar sus ediciones impresas. Hacer atractivos diseños, conseguir analistas de profundidad, actualizados, conocedores de las interioridades de la cosa pública, contratar reporteros con agallas, que lleguen hasta las últimas consecuencias para obtener la información que el pueblo quiere conocer. Dar variedad. Tener una línea editorial objetiva, crítica, libre de compromisos, intereses personales, familiares, políticos. Todo eso es posible en Internet, pero ¿y qué se le ofrece a los que no tienen acceso ni les interesa ese medio? Durante un tiempo circuló un e-mail sobre “Los usos del periódico”, que parecía bufeo, pero era la pura realidad. Esos usuarios que no buscan la prensa precisamente para leerla, la echarían  de menos, aunque “usada”.

Muchas personas confiesan que si no tienen en sus manos el medio de comunicación en físico para posar sus ojos en ellos, se quedan con la sensación de que no leyeron nada. Aunque ya casi ninguno deja tizne, sienten el deleite de manosearlos, cambiar de páginas, echar vistazos rápidos, detenerse en una sección específica o en una foto sensual que recortan y guardan. Añoran el ruido del motor que los despierta tanto como el sonido en el balcón cuando con extraordinaria puntería lanzan ese envoltorio de sorpresas.

Tan cierto es todo esto, que con el advenimiento de los periódicos gratuitos, la gente hasta se empapa de lluvia para salir a recogerlos y a veces se disputa el último porque todos, sin excepción, son como pan caliente que procuran desde el guachimán hasta el más encorbatado ejecutivo.

En esta era moderna, los periódicos tradicionales impresos están también en edición digital, lo que permite que el mundo esté al tanto de lo que ocurre en este patio inmenso. Tiene que ser así para no quedar estancados ante tanta tecnología. Pero la costumbre de tenerlo a la vista es tan arraigada que por el mismo Internet los amigos ausentes nos piden que le enviemos por correo postal el ejemplar impreso. No es estar congelados en el pasado, es una realidad muy fácil de comprobar.

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