Media naranja
Escritores ofendidos

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ÁNGELA PEÑA
Aquellos que rechazan o temen a la crítica no deben ser figuras públicas. Sólo Dios es perfecto y puro. Pero en la política, como en la intelectualidad de este país, abundan la mediocridad, la ambición y la deshonestidad. Los primeros aspiran a ser ricos a cualquier precio. Algunos pensadores del patio tienen, además del afán de hacerse millonarios, el deseo de ser reconocidos. 

No poseen vocación ni capacidad para escribir nada, pero cuentan con una bibliografía copiosa. Les llaman historiadores porque los textos que han copiado se los aprenden de memoria y siempre están dispuestos a comparecer en programas conmemorativos de efemérides o a conceder entrevistas a la prensa.

Se han hecho famosos, conocidos, familiares, a causa de ese protagonismo que los verdaderos cronistas, lamentablemente, evaden, por temperamento o porque su misión, entienden, está cumplida cuando el libro comienza a circular.

 Estos figureros del pasado se sienten dioses intocables cuya obra siempre hay que ponderar, venerar, ensalzar, aunque esté plagada de inexactitudes, defectos gramaticales, inventos y errores ya aclarados, pero que ellos repiten porque más que investigadores son copistas del ayer y no viven al tanto de lo que se actualiza y esclarece en ese campo.

 Estos autores facsimilares o reproductores de palabras deberían distribuir sus libros calcados entre familiares y amigos y no exponerlos ante quienes puedan detectar su falta de creatividad, para que no los sorprendan en su labor de imitadores y, si los descubren, callen la falta en nombre de los lazos que los unen. Molestarse, enemistarse con el que disiente o discutir lo que no tiene argumentos a su favor, refleja inseguridad. Las letras dominicanas, sobre todo el género histórico, están invadidas de farsantes plagiarios que escogieron ese camino para hacer un nombre.

Y lo han logrado porque en esta sociedad infeliz la ignorancia crece, a pesar de los años transcurridos y los avances tecnológicos y científicos. Si alguien quiere comprobarlo sólo tiene que escuchar las respuestas de candidatos a bachilleres y a Miss Universo. Pero hay una generación con olfato para descubrir a los embaucadores que han vivido haciendo una trampa de la historia. Quienes han ganado “un sitial” en base a contenidos robados a los autores originales, acreditándose méritos ajenos, se ponen como avispas cuando les desnudan sus falsedades. Los más hábiles, en cambio, escogen con astucia el camino oportunista del silencio, conscientes de que “el que no investiga no tiene derecho a la palabra”.

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