Media naranja    
Invasión de ratas

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ÁNGELA PEÑA
La capital está invadida de ratas. Tal vez nunca, en la historia de Santo Domingo, se había visto una plaga como la que hoy amenaza la salud y la paz de los residentes en el Distrito. Su pernicioso roer no se limita a las calles, ¡trepan!, y andan de paseo por terceros y cuartos pisos penetrando hasta a los áticos. No sólo comen papeles y alimentos sobre los que orinan dejando su mortal veneno. Destruyen cables del tendido eléctrico, de las telecomunicaciones, de las computadoras. Son débiles por los de fibra óptica que consumen con la suavidad con que se come un puré.

Este repentino azote hace que cunda el pánico en restaurantes, tiendas, salones de belleza, supermercados, hospitales, clínicas, escuelas, hogares… ¿De dónde han salido? ¿Por qué es hoy tan creciente su presencia? ¿Cómo es que logran escalar tan alto? ¿Qué se puede hacer para extinguirlas?

Los ratones no sólo causan muertes y enfermedades. También producen daños emocionales que pueden conducir a un infarto. Porque casi todo el vivo le tiene miedo o asco y el roedor se pasea sobre los cuerpos dormidos, cruza entre la multitud, tropieza, convive con los humanos. Gritar ¡Un ratón! es tan alarmante como denunciar ¡Un ladrón! Y ante estas exclamaciones el corazón palpita aceleradamente elevando la presión arterial, o en la estampida cualquiera se emburuja con un obstáculo peligroso que puede costarle la vida. Sus heces y orines son tan letales como sus mordidas. La población está al grito. Hay centros de salud que han cerrado áreas completas porque las ratas se han llevado bocados de los equipos, dañándolos. O porque uno mordió el anzuelo y nadie soporta la peste.

He conversado con médicos epidemiólogos, sanitarios, cardiólogos, con ambientalistas, zoólogos, sociólogos preguntándoles: ¿Cuál es la razón de tantas ratas? Unos afirman que, en honor a la verdad, la recogida de basura no está tan deficiente. Otros dicen lo contrario. Agregan que en los hospitales públicos se acumulan las bolsas con desperdicios de sangre, abscesos de pacientes con SIDA y hepatitis, que los roedores chupan esa sangre y transmiten a las personas estas enfermedades. “En un país como éste, donde las condiciones de higiene son tan precarias, no hay más enfermedades porque la virgencita de La Altagracia protege a sus hijos, pero a cada momento hay un ratón que se muere y hay que cerrar las salas”, comentó un amigo médico, alegando que aquí no hay sistemas de cremación o clasificación del contenido de esas fundas. Abogó porque los ayuntamientos informen los días y horas de recogida de basura para que la gente la saque  sólo ese día “y el que la ponga fuera del horario, que lo multen o se lo lleven preso y que los mismos vecinos lo denuncien”, manifestó.

Otros aseguran que los ratones se han multiplicado porque ¡No hay gatos! Juran que existen pandillas en los barrios que los está sacrificando para hacer locrios, ignorando el bien que los felinos hacen a la sociedad. “Donde hay gato no hay ratón. Tan sólo el olor los espanta”, significó un doctor. Aconsejó a las personas colocarse guantes cuando vayan a ponerle las trampas porque si el roedor detecta el aroma de las manos, ni se acerca. Ese es un pájaro demasiado inteligente, se las sabe todas, acotó.

Pero el mejor antídoto contra  esta calamidad, enfatizó el galeno, es la conciencia ciudadana. Deploró ver cómo se lanzan a las calles platos plásticos sucios de comida, vasos, servilletas, y toda clase de desperdicios que son, precisamente, los que atraen esta plaga. “Al dominicano no lo han educado ni en las escuelas ni en los hogares”, exclamó.  La campaña por la ciudad limpia debe abarcar todos los medios posibles, no sólo para que esté bella, sino también para que sus habitantes contraigan menos enfermedades.

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