Media naranja 
Plagiarios conspicuos

Media naranja  <BR><STRONG>Plagiarios conspicuos</STRONG>

ÁNGELA PEÑA
Como el plagio literario es un acto grosero tan vergonzoso como robar, en la República Dominicana es muy raro que se descubra o denuncie públicamente a estos ladrones de obras ajenas que se presentan como historiadores, poetas, novelistas, cuentistas, que  han adquirido fama de escritores, nombradía como “intelectuales” y, sin embargo, no han creado un texto producto de su inspiración, su capacidad creativa o de una profunda labor de investigación. Publicaron un primer libro y vieron que los dueños del original copiado no reclamaron, que nadie delató su falsedad y así, han seguido tildados de prolíficos, éxitos de librería,  y son infaltables en programas conmemorativos de efemérides patrias haciendo alarde de conocimientos que dieron a la luz copiando el trabajo de otro.

Son tan ladrones como el más vulgar carterista, el fullero que roba una gallina, el delincuente que viola y asalta, el funcionario macutero, el ratero que carga con un pollo del vecino, el político corrupto que estafa al Estado. Pero se les trata como “respetables escritores”.

Antes se ponía en evidencia a los plagiarios, aunque no existían organismos que condenaran a estos saqueadores del esfuerzo intelectual de los demás. En las páginas de los periódicos aparecía la producción del verdadero y del falso y ahí moría, casi siempre, el nombre y el indecoroso proceder del plagiador.  Después se fue avanzando en el afán de desenmascarar a los copistas pero ahora, el plagio ha vuelto a convertirse sólo en tema de murmuración y los impenitentes plagiadores siguen enriqueciéndose a costa de lo que ya otros construyeron con sudor, imaginación y pesos, y los iletrados, incultos e ignorantes los siguen teniendo como pontífices de la historiografía o príncipes de la literatura.

“Historiadores” que jamás han visitado un archivo o una biblioteca ni entrevistado a testigos de hechos, son lumbreras del pasado  cuando lo que hacen es sentarse frente a una computadora con 10 ó 15 libros de otros a su lado y comenzar a vaciar ideas y palabras para presentarlas a la sociedad como su obra. Han logrado ser reconocidos por colegas de su mismo club de copistas que los han encumbrado a posiciones elevadas en instituciones que deberían ser más respetuosas de los ideales de sus fundadores.

Un plagiador gana mucho dinero con la venta de sus libros que más que tales son reproducciones sobre todo de autores extranjeros o de nacionales fallecidos que llegaron al sacrificio de publicar cuando no existían leyes de derecho de autor ni cosa parecida. Pero también los mueve la envidia, el afán de trepar sin tener luces, competir con los que son auténticos maestros de las materias motivo de su codicia. Los impulsa una zozobra interior por sobresalir aun faltos de dotes, preparación, vocación, razonamiento, inteligencia, juicio. Son talentosos, pero sólo para incurrir en la marrulla de adueñarse de lo impropio.

Estos inconscientes, que pasean orondos a veces de saco y corbata, sino con barbas y al descuido, como suelen andar escritores de verdad, se llenan de vanidad  cuando el público inocente les premia con la solicitud de una dedicatoria. Deberían estar presos o ser enjuiciados con sus casos transmitidos por televisión en cadena, con cobertura total, para que reciban no sólo la sanción legal por sus trapacerías literarias, sino la repulsa moral colectiva del pueblo que han engañado.

Ser escritor es una gran distinción y además de prestigio, genera billetes. Pero es también la forma más fácil de descubrir la personalidad de farsantes, gatos, saqueadores, mediocres y desvergonzados rapaces que no están en la cárcel porque parece que en este país todavía se cree que las letras impresas son del consumo de cualquier inepto con ínfulas de autor.

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