Media naranja

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Ángela peña
¿La pobreza es lo peor?

Desde hace unos años, gobernantes, políticos, dirigentes comunitarios y religiosos vienen demostrando una exagerada y reiterada preocupación por la pobreza. El tema de las famosas cumbres y de casi todos los foros es buscar combatirla. Participantes y expositores son, paradójicamente, príncipes de sus iglesias y poderes que expresan la inquietud desde confortables salones donde entre ponencias y refrigerios se dan banquete de manjares y bebidas descomunales. Cierran sus carpetas llenas de discursos y se despiden volviendo a sus vidas desbordadas de placeres materiales y el pobre sigue igual o más miserioso.

Una amiga eminentemente católica, allegada al Opus Dei pero sumamente fiel a las enseñanzas del Maestro, reenvía un e-mail de autor desconocido cuya lectura mueve a reflexión y se presta a interpretaciones. Es extenso para reproducirlo. Revela que entre los discípulos de Jesús el único que se distinguió por su preocupación por los pobres fue Judas Iscariote, quien llegó al extremo de exigir que no se gastase en perfumes para el Señor porque las necesidades de los pobres eran primero. Él supuestamente le respondió: «A los pobres siempre los tendréis con vosotros, a mí no».

«La pobreza no es la peor fatalidad de la vida, lo es sólo para quienes la materia es el fin primordial de su existencia. Para ellos, la vida sin bienes materiales no tiene sentido. El siglo XX se caracterizó por condenar a través de movimientos violentos la pobreza porque fue una época en la que el hombre se materializó como nunca antes en la historia de la humanidad, por eso se llegó a odiar tanto la pobreza», expresa. Crítica a una periodista que condenó las Navidades porque una pobre señora no podía comprar jamón para celebrarlas y se pregunta si Jesús condenó a alguien porque cuando lo fueron a circundar su Madre sólo pudo ofrecer dos palomas como ofrenda. Llama a los miembros de los movimientos sociales «hipócritas materialistas para quienes la vida no tiene sentido sin el dinero» y cuestiona: «¿Por qué ninguno de los revolucionarios católicos acepta la pobreza de hermanos católicos? ¿En qué parte del Evangelio Jesús condenó a alguna persona por causa de la pobreza que Él vivió? ¿Aceptó Jesús la pobreza o la odió? ¿Fue para Jesús la pobreza una desgracia? ¿Por qué ninguno quiere aceptar la pobreza como un bien? ¿Por qué todos la odian?» Y se responde: «Porque todos son materialistas, cuando lo que deben hacer como cristianos es aceptar todo por amor, tal como hizo Cristo…».

El texto requiere explicaciones. Casi nadie desea ser pobre. Dios hizo a las criaturas para que vivieran en igualdad de condiciones. Sería injusto ser indiferente ante el desposeído tan sólo porque Jesús nació en un humilde pesebre. Hay gente que pasa hambre, muere por falta de recursos económicos para pagar médicos y medicamentos, no sale de su cueva humilde porque está sin ropa y la desnutrición y la desnudez le impiden recibir el necesario pan de la educación mientras otros nadan en la abundancia. El propio Cristo, según las Escrituras, llama bendito de Su Padre al que viéndolo con hambre lo alimentó, al que calmó su sed, vistió su cuerpo, le visitó en su enfermedad, es decir, al que lo vio a Él en los necesitados. Quizá la lección del mensaje electrónico consiste en enseñar a vivir con lo necesario, que para tantos ricos, sobre todo nuevos, es tan cuesta arriba. Por otro lado, en qué parte de la Biblia estará ese pasaje de Judas que debió ser tan desvalido que no vaciló en vender a su Señor por treinta monedas. Pobreza y deslealtad son relativas y aunque muchos consideran una maldición no tener nada o poseer muy poco, los millonarios tienen más problemas y angustias que el más menesteroso de los mortales. Este es un tema para profundizar. Las religiones glorifican y condenan al mismo tiempo la condición del pobre. Muchos que han hecho voto de pobreza, y que tienen a flor de labios el reclamo de que hay que ocuparse de los necesitados habitan en palacios, comen, visten, viven, como reyes.

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