Media naranja
Apariencias que no engañan

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ÁNGELA PEÑA
Dice un refrán que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. Se aplica a una cantidad de hombres y mujeres vestidos de etiqueta, con sacos y corbatas que los hacen un primor, y ellas glamorosas como chicas de pasarela en sus trajes y accesorios al último grito. Sus orígenes no humildes, sino vulgares y rastreros, salen a relucir cuando hablan, o se advierten en sus movimientos groseros, sus ademanes toscos.

 Podrán ser blancos, de cabello lacio y ojos galanos. Ocuparán las más elevadas funciones públicas o privadas pero, a pesar de sus galas y fragancias, en su conducta resplandece el cobre. Les falta clase.

 Es igual que aquel que pretende ser gracioso y a pesar de los esfuerzos no causa risa, no produce encanto, no logra conectar con el pueblo y en su afán de pasar por ocurrente o simpático, termina afeminándose. ¿Quién ha dicho a ciertos candidatos que para atraer a las masas tienen que bailar, hacer chistes, brincar como monos? A algunos les sale bien. Otros son payasos agrios, sin el disfraz.

 Los asesores de imagen de ciertas figuras hoy protagonistas de todos los acontecimientos políticos, culturales, sociales, artísticos, parecen que están dándole mayor importancia a la indumentaria que al discurso, y sobre todo, que al trabajo. Lucen como en desfile de modas. Algunos varones aparecen exageradamente teñidos hasta las cejas y el bigote. Ellas llevan complementos que las hacen lucir como postalitas. Pero el producto de sus obras apenas se aprecia porque su arrebato y esa compostura estudiada, ensayada, teatral, opaca todo lo que puedan decir que han hecho en sus gestiones que les han representado más gloria en el continuo e ilimitado figureo que en el cumplimiento de sus funciones.

 Y así está el país en presencia de un derroche de estrellas de ambos sexos, los mejor vestidos, bellos por fuera y perversos, insensibles y ambiciosos hasta las entrañas, aunque muy coquetos y coquetas, más pendientes de lo que puedan comentar de sus combinaciones impecables que de ocupar páginas con la historia de las carencias que han llenado a un pueblo desnudo, hambriento, analfabeto, desnutrido, enfermo.  Para eso el presupuesto es restringido.  Lo que no tiene límites es la inversión en el vestuario.

 La belleza y los trapos son modelos que están influenciando a la juventud masculina y femenina, incentivados por un liderazgo que en sus campañas promueve ese caché y obsequia cupones por el valor de tratamientos en peluquerías para que todas se eleven a la categoría de “barbies”.

 Pura falsedad. Vanagloria tonta, esa de querer llegar a una importante posición para todos los días tirar tela sin acumular méritos por obras buenas o servicios útiles. Poses van y poses vienen.  En sus hojas de vida quedará como aporte el recuerdo de su buen gusto en el vestir, la imagen de la increíble variedad de trajes.

 Consejos de sabios sentencian: “No nades en un mar de apariencias, tú eres quien eres y no quien crees. No dejes que te juzguen por la apariencia, sé tú mismo”.

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