Media naranja
Celos malditos

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ÁNGELA PEÑA
De pocos temas se ha escrito tanto como de los celos. Están en las canciones, películas, telenovelas.

Son motivo de estudio de psicólogos, psiquiatras, sociólogos.

Los autores clásicos y contemporáneos han inmortalizado a personajes víctimas de este sentimiento que muchos califican de enfermedad y para otros estudiosos de la conducta humana puede ser sentido de posesión, envidia, inseguridad, desconfianza, temor a la soledad, complejo de inferioridad, miedo a que salgan a flote incapacidad e ineptitud, en el caso de que se produzcan en el ámbito profesional.

 Pero los celos más dañinos son los que se dan entre parejas. Deben ser esos los que consideran como un mal, porque el hombre o la mujer celosos se convierten en neuróticos insoportables y desestabilizadores que se autodestruyen y aniquilan el entorno familiar completo.

 A veces ni uno ni la otra están en reclamar supuestas infidelidades o son inocentes de relaciones extramaritales que les acumulan, y una amiga o vecina se acerca a contar tal vez movida más por el sufrimiento que su egoísmo le inspira al ver a dos personas felices, un hogar estable y una doña disfrutando de un apetecible galán, que impulsada por un instinto de solidaridad.

Tras el chisme se le suben a la presunta engañada todos los ímpetus de mujer burlada que quiere demostrar que lo sabe todo y a sus reclamos sigue una labor detectivesca que convierte en infierno lo que antes fue un paraíso.

Ni el famoso SIN trujillista fue más eficiente que su incomparable condición de investigadora. Además de las ropas, bolsillos, cartera, llamadas hechas y recibidas en el celular, olores femeninos, voces de hembras que telefonean, rondas por la oficina del marido, interrogatorios a secretarias y compañeros, la dama ve sombras hasta en el cristal del ojo de un consorte que se siente acosado, invadido en su intimidad, sin autonomía ni libertad, tal vez hasta calumniado.

 Ella, por su parte, pierde glamour, compostura, concentración, respeto, paz, estabilidad emocional.

A lo mejor el compañero es un samuro sin el menor éxito entre las chicas y ella, que ya ve fantasmas, supone que todos los números telefónicos, salidas, citas, son con una competidora potencial que se lo disputa. Y como ella no va a dejárselo arrebatar se rebaja hasta el ridículo.

 Pocos o ningún dominicano es absolutamente fiel. Eso deberían saberlo todas las novias antes de ir al altar o al juez civil. Su juramento de amor eterno se puede quebrar hasta en el disfrute de la luna de miel, en un descuido, con la primera que le guiñe un ojo.

Dicen que el falderismo masculino nacional viene en los genes, que es parte de la idiosincrasia. Pero como todo ladrón juzga por su condición, el criollo es igualmente tan celoso como su damisela y cuando sospecha, ve otro hasta en el hermano más querendón.

 Los celos, sin embargo, son más frecuentes en la mujer. Canturrea lo que considera irrespeto y desconsideración y sufre lo inimaginable obsesionada las 24 horas con lo que pueda estar haciendo un señor que a lo mejor anda más solitario que El Llanero.

 En muchos camiones hay un letrero que reza: “Si no me quieres ¿por qué me celas?”, lo cual es un error: quien ama, no cela.

Deja al otro vivir su vida y vive la suya con tranquilidad o, sencillamente, abandona al mujeriego y felices los tres.

La que cela sólo logra autodestruirse física y emocionalmente y el hombre siempre en sus andanzas adúlteras.

Si la mujer lo necesita por la razón que fuere y no quiere soltarlo en banda, mejor es que prohíba que le cuenten y se pase la vida haciéndose la idota, convenciendo al mundo de que al lado de su esposo, San José es un cabrito.

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