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¿Cómo es que vamos a defendernos?

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ÁNGELA PEÑA
Lo que se publica en la prensa sobre la delincuencia imperante en el país es nada comparado con lo que ocurre en la realidad. Las familias viven presas del pánico. No quisieran salir a la calle ni por obligación. Si están en casa se espantan cuando tocan a la puerta y van temerosas ante el rinrineo del teléfono, un medio tan útil para el timo como lo es para comunicarse.

Los atracos y crímenes no son inventos de la red que abarrotan las pantallas del computador con estremecedoras cadenas de experiencias desgraciadas y frustrantes. Son una verdad cotidiana a la que no escapan niños, mujeres, hombres, ancianos. Los delincuentes no están solamente en los barrios pobres. La mayoría será o saldrá de esos suburbios a los que ahora se les envía agentes motorizados, pero no tienen ubicación predilecta para cometer sus tumbes. La República es su gran punto. Son  profesionales del delito que actúan en bandas, parejas o individualmente agrediendo sin contemplación, con saña que refleja su inconsciencia. Son asesinos desalmados que salen a robar o a matar, armados hasta los dientes, equipados con lo último en el arte del robo, expertos en la maestría de segar vidas útiles.

Piden a la ciudadanía que aprenda a defenderse. ¿Y de qué forma ya? Las viviendas están forradas de hierro, casi todas tienen alarmas. Los vehículos se estacionan con trancapalancas, bastones, “multilocks” y llaves de seguridad que pese a ser tan caros resultan inútiles ante la sagacidad de los maleantes. No se habla con desconocidos y las calles son recorridas sospechando hasta del que pueda ser inofensivo y respetuoso hombre o mujer de bien.

¿Qué es lo que se reporta diariamente en los hogares dominicanos? Secuestros, robos de celulares, atracos en el cajero automático, asaltos en los parqueos de grandes plazas comerciales, parejas que asesinan y amordazan en sus propias residencias y que los vecinos descubren por el mal olor que despiden sus cuerpos putrefactos. Que a la doña la encañonaron al abordar el automóvil y le llevaron todas sus pertenencias, que el hijo del compadre encontró uno dentro del carro que le puso un puñal en el cuello y lo abandonó desnudo en unos matorrales. Que un motorista hirió a la niña para arrancarle la cadena. Desmantelan vehículos, asaltan taxistas, carterean en las guaguas, los restaurantes, las gasolineras, los parques. Se llevan las gomas de repuesto de las yipetas, violan, secuestran…

El auge de la violencia es tal que en el pasado carnaval los asaltantes se disfrazaron y apuntaban a los que se deleitaban en la multitudinaria fiesta para despojarlos de cuanto tuvieran de valor. A muchos que se resistieron los acuchillaron.

El mal es viejo, pero se ha incrementado y es de suponer que los consultorios de psicólogos y psiquiatras viven abarrotados no sólo de víctimas que han sobrevivido y quedado marcadas en su psiquis, sino de todo un pueblo aterrorizado en busca de orientación para poder vivir en una sociedad que se ha tornado tan peligrosa.

Parece, por los casos reiterados, que la criminalidad no se está enfrentando con eficacia. Hay declaraciones de autoridades responsables que más que alentar, desaniman. Algunas de las medidas tomadas para combatirla, por otro lado, dan la impresión de ser atractivo turístico o filmación de serie de televisión que recuerda los Duques de Hazard. Parece que hay voluntad, aunque muchos dicen que faltan expertos, entrenamiento, investigación, empleo a fondo en el asunto. Y pensar en lo fácil que resultaba en otros tiempos ubicar, apresar y hasta eliminar izquierdistas. Hay ladrones con suerte…

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