Media naranja 
Cuidado con ese libro   

<p><span><strong>Media naranja</strong> <br/>Cuidado con ese libro   </span></p>

ÁNGELA PEÑA
«La Era de Trujillo», el libro que preparó Fernando Infante y que fue rechazado por el jurado de los Premios de Historia, tiene un gran valor documental y es una referencia casi obligada para el investigador y los estudiosos de ese periodo siniestro que fue la dictadura de 31 años. Pero hay que leerlo con mucho cuidado porque su autor, a pesar de haberlo escrito en un régimen de libertad y democracia, no hizo aclaraciones ni notas al margen explicando los hechos. Ni siquiera contiene una introducción diciendo que los acontecimientos están consignados tal como aparecieron en los periódicos de entonces y que, por tanto, no reflejan la verdad, aunque personajes, fechas y lugares sean reales.

Aquella era una prensa al servicio del régimen, amordazada, acomodaticia, encubridora, engañosa y falaz. El asesinato más espantoso y cruel contra un opositor o un funcionario en desgracia podía aparecer como un accidente de tránsito, un crimen pasional, un suicidio por celos o despecho o un asalto cuyo móvil se justificaba en el robo.

Por eso esa cronología, aunque útil, no es apta para quienes no vivieron ni conocieron esa ominosa tiranía ni para los que no se han adentrado en su estudio ni leído obras posteriores al tiranicidio como las de Robert D. Crasweller, Bernard Diederich, Gerardo Gallegos, Bissié, Anselmo Brache, Peralta Michel, Tomás Báez Díaz, entre otras y las que circularon durante el trujillato, pero en el extranjero, como las de Galíndez, Almoina, Germán Emilio Ornes, Mejía… Hay que documentarse con  muchas obras de Bernardo Vega y con los apéndices actualizados agregados a tradicionales libros de historia empleados como texto. La bibliografía post trujillista es abundante y a ella hay que acudir para saber interioridades y realidades que se ocultaron o disfrazaron en la terrorífica satrapía trujillista. En su Palabra Encadenada, Joaquín Balaguer pone también al descubierto crímenes de la Era que se presentaron como al Generalísimo le dio la gana.

Quien lee el libro de Infante sin estos conocimientos puede creer que, ciertamente, Ramón Marrero Aristy falleció en un accidente automovilístico en Constanza; que Octavio de la Maza se suicidó y que sobre él recaían sospechas por la desaparición de Jerry Murphy; que Enrique Lithgow Ceara murió ahogado por la velocidad vertiginosa con que conducía el Buick que fue a parar a las aguas del océano o que las hermanas Mirabal y Rufino de la Cruz perecieron al precipitarse el vehículo en que viajaban por un abismo en la sección Río Arriba, para sólo citar unos pocos casos de miles que habiendo sido cometidos por sicarios y esbirros trujillistas se les dio el tratamiento que la imaginación perversa de los criminales encontraron oportuna para ocultar su salvajismo.

El ejemplar, que aún no ha sido llevado a la imprenta, permite ubicar las fechas, tiene un índice onomástico que facilita la búsqueda y posee el mérito inmenso que hay que reconocerle a don Fernando de haber recopilado las noticias diversas de casi toda la prensa de la época, lo que es inestimable porque tal vez hoy muchos de esos documentos no puedan consultase por su estado de deterioro o simplemente porque desaparecieron o están mutilados. Pero el volumen, que pronto estará circulando, precisa de una introducción aclarando ese detalle: todo lo que ahí se recoge figura tal como ordenaba el llamado «Jefe» que lo informaran. Sin embargo, en muchos casos, todo era falsedad, teatro, simulación, invento, apariencia, pura pantalla.

Ese es un libro delicado. No apto para todas las edades. Es más para historiadores e investigadores del pasado conocedores de lo que fue la mal denominada «Gloriosa  Era». Para los incondicionales trujillistas que sobreviven, indudablemente que, aparte de su valor como prontuario para ubicar datos, es una joya que se agotará apenas esté en librerías.

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