Media naranja
Dos viudas muy sufridas

<span><strong>Media naranja<br/></strong>Dos viudas muy sufridas</span>

ANGELA PEÑA
Los últimos años de sus vidas estuvieron marcados por el sufrimiento. Provenientes de un sector privilegiado de la sociedad dominicana, ambas trascendieron el ámbito de sus hogares por la preeminencia pública de sus esposos. Una llegó a ser Primera Dama. Otra, la compañera distinguida del prestante funcionario de “La Era de Trujillo”.

El martirio de doña Aída se inició temprano, antes de que ajusticiaran al tirano. Pilar, la hija mayor que le obsequiaría el nacimiento de la primera nieta, murió en el parto. Pero al poco tiempo, Pachi, la niña, que sobrevivió a la tragedia, quedó en la orfandad total: su padre, Jean Awaad,  también perdió la vida en un supuesto accidente automovilístico. Se ha escrito que estas muertes no fueron casuales, como se presentaron. Hay quienes desmienten esa especie repetida. Ordenadas o accidentales, rompieron el alma de la entonces joven madre. Con estas partidas sensibles comenzó su calvario de angustias que se hizo pesado el 30 de mayo de 1961 cuando se descubrió la participación de su cónyuge, Miguel Ángel Báez Díaz, en la conjura. Esa misma noche asesinaron cruelmente a otro hijo suyo, Miguelín, y meses más tarde a su heroico consorte, al que ofrecieron en la cárcel, como alimento, la carne hecha cadáver del muchacho.

Los años pasaron y a pesar de tan inhumanos trances doña Aída se mantuvo tenaz, inquebrantable, lúcida. No anidaba rencores ni lo inculcó a sus otros hijos Tania, Nelson y Mayra. Tampoco a Pachi, la nieta que se convirtió en nidal de sus amores. Pocos se explicaban su alegre y dispuesto estado de ánimo a pesar de las heridas por el recuerdo de cuatro seres queridos que el desafuero de los Trujillo arrancó de sus brazos. A dos de ellos, Miguelín y don Miguel Ángel, jamás pudo llevarles una flor ni visitar sus tumbas porque fueron desaparecidos por la arbitrariedad.

No hace tres meses que a doña Aída le celebraron la vida con un bizcocho compartido con la ternura y el cariño de sus hijos y nietos. El pasado 14 de febrero se fue al cielo, en una fiesta de amor.

La otra dama admirable fue doña María Matilde Pastoriza, viuda del ex presidente Héctor García Godoy. Una muerte súbita le llevó al compañero en el esplendor de su existencia pública. Las conjeturas, después disipadas, le atormentaron. Decían que había sido envenenado. Posteriormente una fatídica contingencia automovilística le llevó a su hija y a una pequeña nieta en la resbaladiza autopista Las Américas, ruta del aeropuerto. Pero el drama mayor, tal vez, fue el derrame cerebral que postró a doña María Matilde y la confinó en la habitación que se convirtió en su hábitat hasta el pasado 13 de febrero, cuando el Señor la llamó a Su seno.

Allí recibía a las visitas, primero haciendo esfuerzos por mantenerse sentada  y, finalmente, siempre acostada pero amando la vida a la que sonrió siempre, atildada y  feliz, hermosa entre sus hortensias y sus rosas, resignada a ese designio, esperando ansiosa a las personas que le llevaban la Sagrada Eucaristía. No renegaba ni se lamentaba. Y así por más de diez años. Hace apenas dos meses llamaba por teléfono para comentar que había hablado con Alina Mattos, la amiga panameña ex compañera de estudios en el extranjero de su hija muerta, con la que esperaba reencontrarse. Su repentina partida lo impidió.

Doña Aída Perelló viuda Díaz y doña María Matilde Pastoriza viuda García Godoy fueron dos mujeres admirables por la solidaridad y el apoyo que ofrecieron a sus esposos en momentos difíciles de la historia reciente, pero, sobre todo, por la ejemplar fortaleza con que enfrentaron las difíciles circunstancias que pretendieron, sin lograrlo, nublar sus vidas siempre radiantes, dulces, a pesar de la amarga adversidad.

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